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Los perros cósmicos

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Presentamos este relato de Víctor Hugo Fernández, incluido en su libro “La reina del ácido”, publicado por la EUNED en 2017

Bor-Dan se encontraba en un dilema. Tenía completamente llenas con terrícolas las naves espaciales de la flota a su cargo, pero los ocupantes no eran  precisamente los seres que sus superiores le habían comisionado seleccionar de entre los habitantes de aquel planeta primitivo pero de hermosos e imponentes paisajes, a punto de desaparecer del firmamento estelar.

Había llegado a la Tierra desde hacía varios años solares, con una misión muy concreta. Junto con su tripulación camuflaron muy bien las naves de la flota en zonas montañosas prácticamente inaccesibles, donde habían cavado ampliamente a través de la roca dura, estableciendo valles pétreos en las profundidades donde no serían  hallados nunca. Allí montaron su base de operaciones y adoptaron formas humanoides, de andar erguido y bípedo, para descender luego hasta las llamadas ciudades y confundirse con seres similares en apariencia, a los cuales comenzaron a estudiar  y a segmentarlos para determinar los especímenes a escoger.

Sus órdenes eran claras. Debían escoger de entre los llamados humanos a seres de ambos sexos, de diferentes configuraciones raciales, con edades bien determinadas entre los llamados niños y adolescentes en mayor grado y un segmento menor de los llamados adultos, con características muy bien definidas donde prevalecía su capacidad para el liderazgo.

Cuando el muestrario estuviera completado, deberían cargarlos en sus naves y partir inmediatamente hacia la galaxia de Nubilia donde luego deberían descenderlos en el planeta Nefrón, integrante de un sistema solar idéntico al que ocupaba la Tierra en aquella esquina de la llamada Vía Láctea. 

Allí encontrarían oxígeno y un sistema electromagnético similar al que operaba en la Tierra, lo cual  les permitiría continuar con su modelo de vida y esperaban les fuera posible corregir los múltiples errores que habían cometido en aquel planeta, tercero de su sistema solar, donde la imprudencia y la acción irracional los había conducido casi a la extinción de la vida.

Nefrón era un planeta de tamaño similar al de la Tierra, ubicado aproximadamente a unos 40 años luz del llamado sistema solar. Poseía una temperatura similar a la terráquea y un sistema de día y noche, girando alrededor de una estrella solar en una órbita de una duración parecida. 

Los estudios realizados facultaban la posibilidad de llevar un modelo de vida muy similar al de los terrícolas, solo que ahora lo harían en un planeta que estaba protegido, o al menos durante varios milenios no representaba ningún peligro para la vida, pues no existían amenazas inminentes como la que en breve experimentaría la Tierra cuando un gigantesco asteroide colapsara contra su superficie, generando una hecatombe global de magnitudes inmensamente destructoras, terminando con cualquier forma de vida 

Bor-Dan provenía de un planeta conocido como Albedon, que se ubicaba en la llamada nebulosa Cosmia,  habitado por una civilización de avanzada, ubicada a unos 75 millones de años luz de la Tierra. 

En sus viajes estelares los habitantes de Albedon con frecuencia pasaban cerca de la Tierra, pues era un planeta que se ubicaba en una ruta muy popular entre los viajeros estelares quienes siempre se sentían atraídos por su coloratura azul y su aspecto apacible. 

Muchos viajeros se detenían en aquel planeta para cargar energía, lo cual hacían por medio de los conos volcánicos por los cuales se introducían hasta el centro del planeta para absorber el magma necesario, o bien se detenían  a reparar sus naves, cuando las circunstancias lo demandaban. 

Le habían tomado cariño a aquel hermoso destino, cuyos paisajes les seducían y les ayudaban a descansar, luego de largos períodos de tiniebla y vacío que eran los componentes indiscutibles de sus extensos viajes a través de los orificios negros que comunicaban  los diferentes  vectores del espacio estelar inagotable.

Los observadores estelares de Albedon habían descubierto la ruta y la forma en que aquel asteroide se acercaba velozmente, determinando que muy pronto chocaría con la Tierra, eliminando por completo aquel bello lugar y extinguiendo toda forma de vida que habitara sobre aquella superficie. 

Salvo el aspecto contemplativo o la toma de energía durante largas travesías, el planeta Tierra carecía de interés para los habitantes de Albedon. La energía podrían obtenerla de otros planetas ubicados en el mismo sistema o incluso acercándose a una distancia relativamente prudente de su estrella central conocida como el sol, para absorber de allí la energía necesaria que les permitiera continuar. El universo poseía fuentes inagotables de aprovisionamiento de energía y los Albedoneses las controlaban.

Con la Tierra el enamoramiento era absolutamente romántico, algo afectivo, pues las formas de vida eran totalmente primitivas y aportaban poco al conglomerado intergaláctico. No obstante ello, las autoridades de Albedon habían decidido rescatar aquella forma de vida y transplantarla a un sistema  similar, para permitirle continuar desarrollándose.

 Bor-dan formaba parte de una joven generación de oficiales intergalácticos que hacían  una carrera prominente en Albedon. No hacía mucho tiempo le habían conferido el rango de comandante de flota y le habían entregado una completa, compuesta de una nave madre  y una docena de navíos transgalácticos generalmente en misiones de observación de nuevas nebulosas para posibles colonizaciones.  

Aquella era su primera misión de envergadura, que implicaba desplazamiento intergaláctico e inmersión en un planeta extraño, donde debían mezclarse con sus habitantes sin ser notados, para luego realizar una imperceptible labor de extracción que les permitiera luego abandonar el planeta sin causar pánico y lo que era más importante, sin despertar la más mínima sospecha de su presencia o acción. 

Inteligencia, estrategia, estudio de posicionamiento, conocimiento de territorio, acciones de extracción  sutiles y contundentes, sus superiores le habían mostrado la confianza que le tenían al confiarle el liderazgo de una misión tan delicada, donde la prudencia y la capacidad táctica eran esenciales.

Durante el viaje, Bor-dan junto a su comando central se dedicó a estudiar la vida en la Tierra. Establecieron los vectores geográficos que usarían  para fijar su base de operaciones y desde allí desplazarse por todo el globo, por medio de un sistema de teletransportación que les permitiría movilizarse con discreción de un lado a otro, utilizando la energía y adoptando formas humanas cuando llegaran a sus destinos.

Conforme pasaban tiempo en el planeta no dejaban de asombrarse de lo ampliamente primitiva que era la vida en todo el globo. Pero lo que más les asombraba era la forma soberbia y presuntuosa con que  los llamados humanos se paseaban por aquella superficie geográfica tan bella, ufanándose de unos niveles de desarrollo irrisorios para ellos, destruyendo cuanto tocaban a su paso, y manteniendo unas posiciones guerreristas absolutamente nocivas para el crecimiento espiritual y el desarrollo de la ciencia.

Para comenzar, les sorprendía descubrir cómo los seres humanos se ufanaban de su diferenciación y superioridad frente a otras formas de vida terrícolas por lo que ellos llamaban su capacidad  lingüística. Esa pretendida capacidad  no solos los diferenciaba sino que los elevaba por encima de las demás formas de vida, estableciendo en el lenguaje la piedra angular para la organización social y la capacidad para hacer historia.

Para la gente de Albedon aquello que llamaban  lenguaje los humanos les parecía una forma ruidosa y primitiva de comunicarse, utilizando recursos vocales y guturales que resultaban lesivos para el oído bien entrenado. Eso que llamaban lenguaje se convertía además en un obstáculo para poder comprender y comunicarse con otras formas de vida terrícolas. Y aunque suponían que otras formas de vida podían comunicarse entre sí, al carecer de la capacidad de emitir sonidos guturales  y articular un lenguaje, los humanos calificaban como inferiores a esas formas de vida, sin percibir que en gran medida era al contrario.

El tiempo pasaba, la misión de Albedon en la Tierra se encontraba totalmente en marcha. Sin embargo, los reportes que llegaban al centro de comando eran contradictorios y cuestionaban cada vez más la inteligencia de los llamados humanos. 

Bor-Dan y el alto mando se encontraban muy confundidos entre la información que recibían de sus oficiales dispersos por la Tierra y las órdenes que provenían de Albedon, planeta  con el cual mantenían comunicación  constante y hasta emisarios enviaban con relativa frecuencia para ofrecer informes detallados sobre la misión, con el fin de intentar iluminar a sus superiores acerca de lo que verdaderamente era la vida entre los terrícolas.

Los oficiales Albedoneses se sorprendían con las múltiples prácticas humanas que consideraban contrarias a la inteligencia, por ejemplo los llamados concursos de belleza, casi que exclusivamente destinados a proyectar la belleza física y en menor grado la inteligencia de las llamadas mujeres, uno de los dos sexos en que se dividían los humanos. Les sorprendía ampliamente descubrir la forma en que se le rendía un culto planetario a la llamada belleza femenina, en detrimento casi que completamente de la masculina, siendo para ellos el hombre el reproductor de la raza y la mujer solamente una depositaria del huevo fecundado. 

Durante los concursos las mujeres se desplazaban sobre pasarelas escénicas iluminadas, utilizando poca ropa y paseándose absurdamente de un extremo a otro con gestos desafiantes, estimulando por medio de la mirada de los observadores de ambos sexos estados anímicos altamente primitivos, generalmente asociados con el deleite sexual y el intercambio de fluidos. 

Parecieran sugerir aquellos concursos que la belleza de la mujer era determinante para el mejoramiento de la raza por medio del huevo fecundado, algo que era totalmente incorrecto, siendo que además el concepto mismo de belleza era absolutamente cuestionable al menos en aquellos casos de esos especímenes llamados mujeres.

Como si los certámenes de la llamada belleza no fueran suficiente motivo para cuestionarse el verdadero sentido de la vida humana, los oficiales Albedoneses habían entrado en contacto con lo que en la Tierra llamaban religión, una práctica en apariencia espiritual destinada fundamentalmente a ensalzar la vida humana por encima de otras formas terrícolas, estableciendo además la existencia de un cielo o paraíso, donde los seres humanos viajarían a disfrutar de lo que llamaban eternidad. 

El paraíso era sitio de acceso exclusivo solamente para humanos, en detrimento de otras formas de vida a las cuales les estaba vedado el acceso debido a que no poseían la capacidad de alabanza a Dios, un ser ciertamente amorfo, aunque se le atribuía alguna apariencia humana, que era  la autoridad superior, el creador de la vida en la Tierra, un ente entre bondadoso y castigador.

Al paraíso se podía acceder únicamente después de que los humanos hubieran fallecido. Lo que llamaban el alma se desprendía del cuerpo, mientras la carne se descomponía sepultada bajo tierra, y aquello imperceptible a la vista que era el remanente de cada individuo viajaba a este sitio ubicado en algún lugar impreciso llamado cielo.

Los reportes que llegaban hasta Bor-Dan  no aportaban pruebas fehacientes acerca de la existencia tanto de aquel sitio llamado Cielo como de la existencia verdadera del ser conocido como Dios, quien además de ser el dador de vida, era quien determinaba el ciclo de permanencia de un individuo sobre la faz de la tierra y, posteriormente, quien determinaba si aquella individualidad  había hecho méritos durante su existencia para ingresar al paraíso.

Otras criaturas terrícolas no estaban contempladas, el paraíso solo era una opción viable para los seres humanos. Lo que se conocía como las Sagradas Escrituras, que eran los escritos en los cuales se relataban las relaciones entre Dios y los seres humanos,  no contenían registro alguno de otras criaturas terrícolas que al fallecer fueran enviadas al paraíso. 

Había un suceso llamado El Diluvio que relataba una inundación planetaria ocurrida como consecuencia de un castigo que Dios había enviado a los hombres a causa de sus malas acciones sobre el planeta. En ese evento, Dios permitió a los únicos humanos a quienes concedió la salvación que construyeran una gigantesca nave capaz de flotar sobre las aguas durante la inundación para que en ella incluyeran además otras especies terrícolas distintas a los seres humanos.

El relato solamente se refería a la posibilidad de que diferentes criaturas terrícolas pudieran coexistir sobre la faz del  planeta, pero no mencionaba absolutamente nada acerca de su paso hacia el paraíso.

De conformidad con lo hallado en las Sagradas Escrituras, el ser humano era el único terrícola que había sido creado a imagen y semejanza de su Dios, no así el resto de las criaturas a las cuales se consideraba inferiores. 

Esas eran las creencias de los humanos, seres que se consideraban  únicos al poseer algo que llamaban espíritu. Su espíritu y su capacidad de alabanza a aquel Dios dador de vida era lo que los diferenciaba ampliamente del resto de las criaturas terrícolas, confiriéndoles una categoría superior.

Aquellas historias tan poco verosímiles para los Albedoneses eran motivo de discusión entre ellos y se convertían  precisamente en los motivos por los cuales conforme avanzaban en el conocimiento de los llamados humanos más dudas les surgían acerca de su verdadera superioridad sobre las demás criaturas terrícolas.

Sus conocimientos tan limitados en observación cósmica no les había permitido aún darse cuenta que su destino ya estaba determinado, y que en unos pocos años solares aquel planeta iba a quedar completamente desintegrado.

Ni su Dios les había alertado acerca del peligro, ni tampoco había intervenido y no podría hacerlo, para detener la colisión inminente. Utilizando la lógica de los humanos, aquella colisión que se venía de manera inevitable podría resultar, al igual que el diluvio, en un castigo divino que deberían aceptar con pasiva humildad. 

Toda aquella plataforma sobre la superioridad espiritual y la existencia de un paraíso celestial como espacio espiritual donde los humanos disfrutarían de vida eterna era un disparate y además objeto de disputas y discrepancias entre ellos mismos, pues habían descubierto los oficiales Albedoneses que entre los humanos existían diferentes conceptos de religión, de manera que no había una práctica uniforme sino sectas o grupos que se diferenciaban entre sí y, al hacerlo, se excluían mutuamente, causando división. 

Dios no era único, sino diferente según la secta o grupo religioso, en consecuencia sus reglas para la convivencia sobre el planeta variaban, lo cual generaba severas discrepancias entre los grupos que usualmente terminaban en descrédito y con frecuencia en violencia.

Ni siquiera ellos podrían evitar la colisión del asteroide, por eso su misión era trasladar a los terrícolas hacia otro planeta con  condiciones atmosféricas similares a la Tierra, para que allí pudieran continuar con su vida. Ellos no podían cambiar el curso de las cosas, el orden cósmico era algo que excedía las posibilidades individuales de las criaturas vivas, incluso en el caso de civilizaciones tan avanzadas con la Albedonesa.

Uno de los fenómenos atmosféricos que más apreciaba Bor-Dan en la Tierra era la lluvia. En la fría oscuridad  de su querida Albedon, la aridez era una condición que prevalecía y la lluvia un evento tan ajeno como exótico. 

Había escuchado muchos relatos de viajeros estelares que a su regreso a Albedon comentaban cómo en aquel pequeño planeta azul llamado Tierra llovía copiosamente. Algunos habían recogido muestras de agua de lluvia y llevaban consigo aquel líquido precioso que mostraban con orgullo, pero agregaban que al contemplarlo era imposible imaginar la belleza que existía al mirarla caer copiosamente sobre la superficie del planeta. Había una emoción indescriptible en aquel fenómeno de la precipitación que hacía a la Tierra un planeta único y una razón de más para lamentar su inminente final. 

Ahora que finalmente se encontraba en la Tierra, Bor-Dan  había tenido la posibilidad y el privilegio de ver llover muchas veces y confesaba enamorarse aún más de aquel fenómeno atmosférico, cada vez que lo experimentaba. 

Cuando llovía se adentraba en la espesura de las montañas, adoptaba una figura humana y dejaba que la lluvia cayera sobre su cuerpo refrescándolo completamente. Le encantaba escuchar el ruido seco que hacían las gotas de lluvia al golpear sobre las hojas de los árboles y se detenía a contemplar los riachuelos que se formaban cada vez que el agua corría por entre las laderas en su escape furtivo. 

Seguía, emocionado, las rutas de aquellos riachuelos ocasionales y se detenía a contemplar los estanques o lagunas que se formaban en algunas superficies donde se concentraba el agua y dejaba de fluir, acumulándose mientras llovía para luego al concluir disolverse absorbida a través de los poros del suelo, consciente como estaba al tener su base de operaciones en las profundidades terráqueas, que aquella agua en su filtración interior  acabaría depositada en grandes cuencas subterráneas, gastando la piedra, creando hermosas figuras y desplazándose por debajo hasta detenerse y convertirse en nacientes que luego escaparían nuevamente hacia la superficie, para convertirse en ríos o en fuentes de agua que los humanos utilizarían para irrigar los campos de cultivo de sus alimentos.

Aquel ciclo recurrente era uno de los más hermosos y armónicos que había descubierto sobre el planeta al que había sido enviado en una misión de rescate. Era un placer que gustaba de disfrutar en soledad, por eso cada vez que llovía y podía desprenderse de la sala de control, dejando a sus oficiales y subalternos a cargo, Bor-Dan  se convertía en una especie de salvaje terrícola que se entregaba con litúrgica pasión a la lluvia. Se trataba de placeres básicos, muy esenciales, que en su natal Albedon les estaban vedados completamente.

La vida en la Tierra los tenía visiblemente asombrados. A su regreso de las misiones de selección y reclutamiento los Albedoneses invertían largas horas discutiendo los hallazgos y las contradicciones que descubrían en el comportamiento de los humanos. 

Múltiples reportes habían sido enviados hasta sus superiores, y los emisarios con mensajes directos hasta su distante planeta iban en aumento. No había certeza entre los encargados de la misión acerca de la importancia que tenía para el balance del universo la posible preservación de los terrícolas conocidos como humanos. La movilización era compleja y el esfuerzo enorme, pero entre mayor era el contacto con los humanos, mayores las dudas y el desencanto.

En su lugar, se habían encontrado con otras formas de vida terrícola que les causaban favorable impresión y se inclinaban por reconsiderar la decisión de sus superiores. De manera concreta, era creciente la discusión entre los Albedoneses acerca de lo avanzados en inteligencia y actitud que habían resultado los perros o canes, una especie terrícola cuadrúpeda que los humanos utilizaban con propósitos domésticos, recreativos y de seguridad.

Generalmente mantenidos en un segundo plano, los perros no estaban contemplados dentro de la religión de los humanos y por supuesto tampoco tenían acceso al cielo o paraíso, donde se experimentaba la vida eterna. 

Totalmente renuentes a aceptar el fin de la vida con la llegada de la muerte o finitud del ser, los humanos daban el salto hacia esa eternidad imprecisa que les permitiría vivir en cercanía con su Dios o figura superior omnipotente, pero allí no había espacio para los perros y mucho menos para otras especies terrícolas que de acuerdo con los humanos no poseían alma.

Pero los perros habían causado muy favorable impresión a los Albedoneses. Descubrieron que eran seres pensantes, con los cuales podían comunicarse perfectamente por medios telepáticos.  Realizaban obras de gran ayuda para la vida en el planeta y poseían en gran medida un comportamiento mucho más humanitario que los humanos mismos.

Los canes rehusaban  utilizar el lenguaje verbal de los humanos, aunque lo comprendían perfectamente; en su lugar emitían sonidos conocidos como ladridos por medio de los cuales manifestaban formas básicas de estado de ánimo como alegría, enojo o advertencia, pero eso lo hacían para evitar entrar en conflicto con los humanos, siempre celosos de su condición y totalmente opuestos a perder sus posiciones de privilegio dentro de lo que llamaban la cadena evolutiva.

Los ladridos poseían volumen, altura, tonalidad, mediante ellos los perros lograban trasmitir sus intenciones o estados de ánimo sin entrar en conflicto con los humanos, pues tenían claro que aquellas discrepancias podrían acarrearles problemas tan severos como el exterminio.

Los canes mantenían un perfil bajo, siempre a un costado de sus amos, los humanos, pero en actitud observadora y prudente. 

A su manera y en su relación con los humanos, los perros mostraban sumisión y obediencia. Había muchas razas en todo el planeta, algunas de ellas desempeñaban funciones muy concretas dentro de  las necesidades de la vida de los humanos;  desde simple compañía, hasta apoyo, protección y guía.

Además de su capacidad para comunicarse con eficacia por medio de la vía telepática, los perros tenían bien entrenados y agudizados los sentidos, de manera que eran capaces de percibir el peligro a través de su olfato, por ejemplo, en el caso del fuego. 

Los humanos por el contrario habían perdido todo sentido de entrenamiento de sus sentidos y dependían de la tecnología para poder prever y prepararse contra posibles peligros naturales.

Los Albedoneses se encontraban favorablemente impresionados con los perros, con su discreción y lealtad, pues sabían que vivían un mundo dominado por los humanos y no buscaban generar conflictos, tenían claro y buscaban servir, procurando pasar inadvertidos. Aquello les parecía altamente encomiable.

Bor-dan visitaba granjas donde encontraba perros a cargo de rebaños completos y siempre se mostraba admirado al descubrir la forma ordenada, sistemática y bondadosa como guiaban aquellos rebaños a través de amplios pastizales, protegiéndolos de peligros inadvertidos o bien previniendo situaciones climatológicas que pudieran afectarlos.

Conversaba ampliamente con ellos y siempre le transmitían los mismos conceptos en torno a los humanos, sus actitudes descuidadas, su poco o nulo interés en otras especies distintas a la suya y sus intenciones de uso y abuso de las especies no consideradas humanas, las cuales comerciaban en los mercados, o simplemente engordaban para luego sacrificarlas y consumirlas.

Descubrieron que los perros eran la mejor fuente de información  para comprender mejor la actitud de los humanos, sus prácticas salvajes y su falta de respeto a otras formas de vida que no fuera la suya, incluso la falta de respeto entre ellos mismos, que se exterminaban entre sí en medio de conflictos que llamaban guerras y cuyos intereses no eran otros que la apropiación, el abuso y el control del espacio territorial de manera irracional y por la fuerza.

Había sido informado ampliamente por los integrantes de su flota a cargo de la selección y reclutamiento en la Tierra sobre las constantes fallas que descubrían en los humanos. Y ahora él mismo confirmaba aquellos informes al visitar directamente los territorios poblados por los humanos y discutir ampliamente con  los perros acerca de las prácticas de vida y la coexistencia entre las especies terrícolas.

Los Albedoneses, al igual que muchas civilizaciones de avanzada eran de corte pacífico. Habían descubierto hacía muchos milenios solares que la violencia era totalmente innecesaria, que el universo era tan inmenso, tan rico y en constante expansión, que la violencia era totalmente innecesaria, aparte de contraproducente, pues era la encargada de romper con la armonía y el equilibrio cósmico.

De manera que solo ese hecho convertía a los humanos en la especie menos indicada entre los terrícolas para ser extraída y llevada hacia otro universo donde pudieran continuar con sus prácticas destructivas, con su egoísmo y con aquellas fantasías nada edificantes de la religión y la existencia de dioses exclusivamente diseñados para justificar su lugar en la cadena evolutiva.

En cambio los perros eran criaturas admirables, pacientes, tolerantes y muy inteligentes. Estaba convencido que con el estímulo adecuado aquella especie pronto podría lograr importantes avances y fundar una civilización de la cual todos pudieran sentirse orgullosos.

Sus superiores en Albedón no estaban totalmente convencidos de aquella determinación, pero al encontrarse a la vez tan  lejos de la Tierra, tampoco rechazaban la posibilidad de que los humanos fueran las criaturas menos indicadas para justificar aquel enorme esfuerzo de movilización cósmica.

Por eso, cuando Bor-Dan decidió enviar a los últimos emisarios hasta Albedon y comunicar a sus superiores la decisión que había tomado junto a su comando de rescate en el planeta azul conocido con la Tierra, la respuesta que recibió, fue de apoyo a su iniciativa, indicándole a su vez que tuviera en consideración que la decisión tomada la llevaría consigo el resto de su existencia, pue ya no había tiempo, ni recursos para organizar otra expedición similar a la que estaban a punto de concluir y que la extracción de criaturas terrícolas que estaban a punto de ejecutar solamente podrían hacerla una sola vez, pues el fin estaba cerca. 

Además, a su llegada a Nefrón deberían permanecer allí durante un tiempo considerable, para cooperar con la especie trasladada a fundar una nueva civilización. De manera que su misión no concluía con la extracción.

Aquella decisión representaba un enorme dilema y una gran responsabilidad  para Bor-Dan. No obstante ello, la decisión estaba tomada, ya se encontraban a punto de concluir con la tarea de reclutamiento de las diferentes razas caninas que poblaban el planeta Tierra y en breve estarían partiendo de manera definitiva hacia Nefrón, dejando tras de sí a los humanos, con sus certámenes de belleza, sus sectas religiosas y sus guerras egoístas, entre otras prácticas primitivas que hicieron a los Albedoneses cambiar de opinión.

Para Bor-Dan, lo único que echaría de menos y lamentaría no poder haberse llevado consigo era aquella magnífica experiencia atmosférica que llamaban lluvia, algo que esperaba volver a repetir en Nefrón, durante el tiempo que le representara quedarse estacionado allí, fundando la nueva civilización de los perros cósmicos.

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