Poeta, ensayista y periodista cultural, la costarricense Eunice Odio dejó un legado literario que va mucho más allá de su obra poética. Nos interesa en esta ocasión su archivo epistolar recopilado, así como el perfil tan personal de la escritora que se deriva de sus confesiones y comentarios contenidos en la correspondencia dirigida a escritores, amigos, familiares y otros
‘La vida y la literatura, la confesión y la agudeza, se mezclan en las cartas de una manera apasionada y urgente que tal vez no existe en ninguna otra forma de escritura’. El modelo epistolar permite a quienes lo practican combinar experiencias propias de su cotidianeidad con reflexiones, sueños, disgustos, frustraciones y aspiraciones que les asaltan y que, de alguna manera, en aquellos casos en que sus autores se ocupan de la escritura de manera dedicada, revelan pistas, líneas de pensamiento que al seguirlas podemos comprender mejor los motivos de su producción literaria.
De esta forma, un mosaico de palabras escritas en hojas de papel luego dobladas y guardadas en sobres, depositadas en buzones, recibidas con expectación y temor, los sobres abiertos con una impaciencia nerviosa que a veces lleva a desgarrarlos, pueden convertirse en los portadores de mapas mentales y emocionales, a partir de los cuales y dentro de los cuales, sus autores se sumergen para generar su propuesta literaria.
Si en el poema escuchamos nuestra voz preguntarse por el sentido de la vida y alzar el puño desafiante ante la muerte misteriosa, en la carta del poeta escuchamos la voz del individuo que carga aquella pesada responsabilidad dentro de sí y nos cuenta su forma de enfrentar el compromiso ineludible de ser el portavoz del misterio.
El caso de la poeta Eunice Odio es ejemplar para aproximarnos a la obra de una escritora y su pensamiento, a partir de los rastros que nos permite determinar su correspondencia.
Nacida en Costa Rica un 18 de octubre de 1919, hace poco más un siglo, y fallecida en México un 23 de marzo de 1974, la obra de esta poeta se ha podido conservar, reunir y divulgar adecuadamente en la región Mesoamericana y México, que son los territorios por donde se desplazó en vida, publicando sus libros de poesía y dejando sus comentarios sobre la obra de sus contemporáneos. Aquellos libros suyos que el mundillo cultural costarricense en su aldeanismo despreció como pretendida acción ejemplarizante, ante una mujer que se atrevió a desafiar el machismo, los prejuicios y los modelos conservadores decimonónicos que bien entrado el siglo XX aún se sostenían con fuerza en las esferas del poder cultural de Mesoamérica y muy particularmente, en su caso, en su natal Costa Rica.
Los rechazos reiterados que sufrió debido a su forma abierta y crítica de reaccionar ante su entorno social y cultural, unido al desinterés por su obra, la llevaron pronto a cambiar de aires y dejar su país. De esta forma inicia un largo periplo por Centroamérica y México, período dentro del cual además renuncia a su nacionalidad costarricense y asume la guatemalteca. Pronto su nombre comenzó a aparecer en diversos medios de prensa, revistas literarias y universitarias de la región, construyendo junto a su obra poética también su edificio de pensamiento, incluidos sus conceptos de patria y nacionalismo.
De esta forma y gracias a los esfuerzos de amigos y especialistas, quienes al conocer su obra se interesaron también por su pensamiento, existe hoy una obra reunida de la autora bastante completa, que incluye desde numerosos artículos de opinión sobre literatura, arte, ciencia, sociedad, política y militarismo, hasta un conjunto numeroso de cartas que forman parte de su obra indirecta. Para esta autora, la técnica epistolar era un ejercicio tan indispensable como la poesía y, de la misma forma que con su poesía, escribía cartas sin esperar respuestas, las escribía porque lo necesitaba. El otro, el destinatario podría muchas veces abstenerse de responder y solamente ser el receptor de su agitada y melodiosa voz. Eunice Odio no fue ajena a los acontecimientos de su tiempo. Los conocía como la palma de su mano y los dominaba admirablemente en sus escritos. Precisamente por ello y porque consideraba imposible cambiar aquellas mentalidades mediocres que controlaban la región centroamericana, se fue alejando hasta anclarse en México donde vivió hasta el último de sus días, algo que siempre quiso, como veremos más adelante.
Hermosa, inteligente, soñadora, determinada a vivir su vida y canalizar sus búsquedas, la ciudad de San José, -donde nació y creció- le quedó pequeña. Por eso se sublevó y se opuso al aldeanismo con que se atendieron su obra y su forma de pensar. Inaceptable para ella aquel trato recibido solo por ser mujer y auténtica creadora, y por ello salirse de los esquemas establecidos por la normativa social, muy por encima -al parecer en el pensamiento aldeano- al valor intrínseco de su escritura y a sus búsquedas existenciales.
Contrario a lo que probablemente pudiera haber ocurrido con otras compañeras generacionales quienes se adaptaron al canon de la época, Eunice Odio escogió el autoexilio, algo que tampoco le fue respetado y el rechazo de su medio la siguió por toda la geografía que decidió recorrer en vida, en busca de los recursos para garantizar su existencia y el espacio necesario para continuar creando su maravillosa obra poética.
La obra literaria de Eunice Odio revela con claridad su refinada y robusta cultura. Algunos de sus libros de poesía tienen como referentes autores y obras capitales de la literatura universal, algo que su correspondencia no solamente nos confirma, sino que además muestra otros componentes de su intelectualidad y la conciencia clara que tenía de su tiempo.
Escritura Lunar
Generalmente los estudios y escritos sobre Eunice Odio se centran en su obra poética, algo que es sin duda lógico y correcto. Nosotros buscaremos en esta oportunidad recorrer las páginas de su correspondencia, con el fin de extraer reflexiones y comentarios que nos permitan formarnos una mejor idea de su pensamiento integral. El epistolario que recoge la investigadora costarricense Peggy von Mayer Chaves, quien se encargó de cuidar y editar una versión de sus obras completas, que publicara la editorial de la Universidad de Costa Rica en el 2017, es una muestra representativa del pensamiento político y estético de nuestra autora. Ello, unido a los múltiples artículos sobre cultura, literatura específicamente, arte y política que escribió y publicó en diversas revistas y otros medios de prensa de Mesoamérica, contribuyen a crear un mosaico bastante preciso de su basamento ideológico.
En torno a ella, una vez fallecida se han tejido toda clase de leyendas, en El Salvador, debido a su voltaje intelectual, su fuerza expresiva y a su vida sentimental, se le conoce como “la bruja blanca”. Así de hechicera, misteriosa, temida y respetada era esta mujer inagotable.
Se dice que era una trabajadora incansable, que pasaba largas horas durante el día y la noche en su escritorio, leyendo y escribiendo. Se comenta que sus insomnios eran constantes y prolongados y que sus noches en vela eran horarios fértiles para la escritura. Por ello hemos dado título a este escrito como su escritura lunar, asumiendo que gran parte de su epistolario lo construyó de noche, acomodada sobre el sueño del mundo, mientras ella como un atalaya vigilaba y lanzaba señales de luz.
Ella misma confiesa, en una carta que le dirige al poeta Alfonso Chase: “Vivo materialmente pegada a la máquina de escribir –a veces durante 18 horas diarias”.
Todo se asume y se sospecha y de los componentes de su leyenda adoptamos aquellos que nos convienen y de alguna manera explican la abrumadora cantidad de escritos dispersos en diferentes medios y correspondencia que ha sido posible recuperar. La forma de subsistencia de la escritura no era otra que su pluma, de ahí que exista tanto oficio en ella, traducciones incluidas.
El tema político es quizás uno de los que más sobresale cuando se repasa su correspondencia, pues no solamente es firme cuando se trata de expresar sus gustos literarios y de evaluar la obra de sus contemporáneos, sino que además se sostiene con fortaleza frente al pensamiento político de su época y se manifiesta. Así por ejemplo, es memorable la carta pública que le dirige al dirigente comunista guatemalteco Carlos Manuel Pellecer cuando, luego de diferentes enfrentamientos motivados por sus diferencias ideológicas, Pellecer claudica de su ideario y abandona las filas comunistas.
Eunice Odio retoma la historia de intercambios entre ellos y señala cómo en 1949 el comunismo controlaba buena parte del sistema político guatemalteco, a través del gobierno del Presidente Arévalo. Pellecer era uno de esos ideólogos y entonces se dieron intercambios entre ellos que llevaron a Eunice a lanzarles una invitación:
“Pellecer y todos sus compañeros lo que han de hacer es irse a Rusia y quedarse ahí unos años. Si alguno de ellos es un hombre honrado y no se pudre en el estupefaciente laberinto rojo, entonces admitiré cualquier opinión. Eso sí, no toleraré calificativos aplicados a mí por turistas con guía”.
La reacción de Pellecer 13 años después de haber sido publicada la cita anterior, lleva a la poeta a cargar sobre el asunto y agregar:
“Su caso, Pellecer me sume más profundamente que nunca, en una cavilación por mí muy favorecida. Es ésta: ¿Por qué existiendo los muy fuertes elementos de juicio que existen, para saber qué es, en realidad, lo que ocurre tras el telón de acero, sin necesidad de vivirlo, a ciertos comunistas les es preciso comprobarlo con sus propios sentidos?”
Y concluye sobre lo anterior:
“He llegado a estar segura de que, en la mayoría de los casos, lo que lleva a ciertos comunistas a vivir en propia carne la experiencia socialista es un impulso suicida”.
“Una maquinaria donde el obrero existe para el proceso de trabajo y no el proceso de trabajo para el obrero… que recordaba constantemente, elevadas al cubo, las formas de explotación del proletariado, por aquel capitalismo retrógrado de Inglaterra que horrorizó a Marx en el siglo pasado”.
Aquí salta a España y compara la disidencia del guatemalteco Pellecer con la que hizo pública el español Enrique Castro en su momento, al final de la Guerra Civil española, cuando llega a Rusia esperanzando en encontrar la sociedad perfecta y también se desencanta, luego de más de un cuarto de siglo de militancia socialista. Y así va sumando disidentes y fortaleciendo sus principios democráticos, basados en el modelo occidental, afincado en su latinoamericanismo y su determinación de no permitir la injerencia extranjera en los asuntos continentales.
Por eso nuestra autora proclama el sentimiento latinoamericano como el correcto para defender los intereses continentales y pone de ejemplo la obra liberadora de Simón Bolívar, por eso dice:
“Y es que América, tan bella, tan poderosa, tan loca, impredecible e inepta al parecer, tan diferente, tan múltiple, es una. Y la amamos, así como es: poderosa, bella, loca, impredecible. Inepta, diferente, múltiple y una. Diferente y múltiple en su acontecer, una en su ser. Y nuestra en el momento de su fastuosa unidad”.
Por eso cierra este discurso con su proclama política al decirle a su “lector” Pellecer:
“Sé que trabajará -sin rehuir su deber ni por un instante- por una gran patria americana donde la injusticia social no exista y donde la razón de ser, del ser humano, sea la sagrada libertad.”
Libertad con humanismo es su estandarte y a partir de allí reflexiona no solamente sobre política sino también sobre arte y literatura.
La amistad como un oasis
Pero también existe Carlos Pellicer, un adorable poeta mexicano, a quien le escribe, alejada de la política y la militancia como temas inmediatos:
“Hoy que es la Hora de Junio, voy a regalarle varias cosas que me pertenecen: una gota de Sol; un azul que encontré en la calle, la segunda parte de una golondrina, el manto de un insecto del color del mundo; varios sueños diamantinos y multitudinarios. ¿Le gustan estos objetos celestes? ¿Los acepta? ¿Verdad que sí porque los sintió en los ojos desde antes de que en su infancia apareciera la primera luna redonda de marzo? Y le doy más: un espejo en que se mira el cielo, una pátina de césped, un desplazamiento de mariposa, una cucharada de golondrinas de Chichén Itzá; un gran río que corre al compás de los marinos y los pescadores; el corazón mío en el momento en que se alegró porque lo miraban…” Y así sigue obsequiando magia y asombro a su admirado poeta mexicano Pellicer, concluye con esta hermosa confesión:
“Reciba Maestro -con mayúscula-, mis dádivas sin fin. Lo ama profundamente”, y agrega un Posdata que dice: “Se me había olvidado regalarle todo el horizonte y sus consecuencias”, así de hermosa e intensa era Eunice. Su correspondencia con Pellicer es amplia y muy hermosa, muy reveladora y un delicioso ejercicio narrativo que refleja la fluidez martilleante de su discurso.
Callejones, soledades, abismos
Repasar su correspondencia es tan hermoso y emotivo como disfrutar su poesía, su ímpetu no se detiene y su don de la palabra la lleva por callejones, soledades, abismos y amplios océanos donde navega con firmeza, más allá del incierto oleaje que la recibe para conducirla luego hacia aguas tranquilas donde se solaza y se refresca nuestra imaginación al sentirla profunda.
Su conciencia política la llevó a ser combativa en lo relativo al compromiso literario. Por eso reclama siempre la necesidad del humanismo en la poesía y se queja de los formalismos que son portadores de formas vacías de intensidad espiritual y compromiso solidario. Para ella la poesía y el arte en general deben estar comprometidos con el ser humano y alejarse de los formalismos cuando atentan con el compromiso del artista con su entorno.
Por eso, en torno al libro de poemas titulado Sombras Era, del poeta guatemalteco Otto Raúl González escrito en sonetos, nuestra autora reflexiona sobre los valores lúdicos, el formalismo y el compromiso literario. Siempre fue muy crítica y decía lo que pensaba, sin temor a las consecuencias.
Tan crítica y tan lúcida, aprovecha la oportunidad que le ofrecía esta publicación del poeta guatemalteco, para volcarse sobre la cultura centroamericana de la época y su amañamiento con el soneto como el recurso literario por antonomasia. Y dice, a propósito del libro de Otto Raúl:
“¿Es entonces que la despreocupación intelectual centroamericana llegó a las catorce sílabas? ¿O mejor, que la frivolidad nuestra tiene ese adusto tamaño? Catorce sílabas divinas por medio de las que se puede hablar sobre lo dulce y lo pequeño”.
Según deja entender, para ella nuestro temperamento sonetista revela que “los problemas del hombre, el drama del hombre no tiene nada que ver con Centroamérica. Peor para un continente sin problemas, felices y en paz consigo mismos, ebrios en la tremenda y diminuta claridad del soneto”.
“¿No sienten los poetas la necesidad de conocer al hombre y asistirlo, y contar la gran aventura de su organismo, o la biografía de sus vísceras, o aún la biografía de un relámpago?”
Para seguir más adelante… “tampoco es valiéndose de las catorce sílabas como un poeta puede responder a su propia verdad íntima (a menos que sea un simple)”.
Para concluir sobre este tema, con una afirmación determinante:
“Conste, no estamos proclamando la necesidad de hacer poesía social, o sea, una poesía para que el pueblo la entienda. No se puede creer en ese afiche que a espaldas de los poetas se confecciona y que se ha dado en llamar poesía para el pueblo, en el que el hombre anda de boca en boca como un chisme de mala clase. No se puede creer en la poesía de masas, ni siquiera en el hombre reducido o disipado en ese concepto, formando parte integral de una masa que le absorbe su capacidad de misterio”.
¿Cuáles son los compromisos del escritor, cuáles sus recursos para intentar exponerlos? Frente a la palabra armada y la palabra inerme ¿cuál es la palabra correcta que debe emplear el poeta?
Deberíamos estudiar más a Eunice como productora de pensamiento literario y no quedarnos solamente con su dimensión de poeta luminosa, que lo es.
Eunice Odio y el nacionalismo
Pero su epistolario posee múltiples disparadores para conocer su pensamiento, una actitud humana frente a la vida que va mucho allá de lo literario, aunque sea en lo literario donde tiene su forma más sublime de expresión
Hemos comentado su conocido su rechazo a su nacionalidad costarricense. El aldeanismo mental de su entorno la llevó a despreciar su origen de manera manifiesta y asumir una nacionalidad “ajena” como fue la guatemalteca, en el entendido que fue una acción circunstancial que no hizo más que confirmar que Eunice Odio pertenecía y pertenece al mundo, más allá de cualquier frontera artificial en la que se enmarquen sus orígenes biológicos. Es tan nuestra como ajena, hay que querer descubrirla para sentir su proximidad, sin embargo.
En sus cartas al poeta Alfonso Chase, Eunice odio expresa con claridad su visión de la “patria”:
“Como le escribí una vez al Lic. Luis Echeverría, presidente electo de México, no pertenezco al ámbito centroamericano. Hay gente que cree que odio a Costa Rica y a sus ciudadanos. Esto no es más que una tontería. Lo que sí detesto es la vulgaridad, la cursilería, la estupidez y la perversidad que, quien sabe por qué pululan en toda Centroamérica a manos llenas. Y amo los espíritus dulces, profundos y bellos como el suyo, dondequiera que se encuentren, ya existan en Costa Rica, en China o en el otro mundo. Esto es muy claro y no sé por qué no lo entienden”.
Y agrega: “Estoy dispuesta a entregarle mis poemas para que los publiquen en Costa Rica, pero hay algunas cosas que quiero aclarar. En primer lugar, soy guatemalteca desde 1948, por naturalización. En segundo lugar, cuando se supone que van a salir algunos poemas míos en su editorial, ni siquiera seré guatemalteca sino que, al fin, seré lo que creo deseaba ser y lo que siempre he sido desde antes de nacer: mexicana, por el amor profundo que siento por este país que amo apasionadamente desde que era una chamaquilla y deseaba, como nada en la vida, vivir en México y ser de aquí. Y no nos equivoquemos. México no será mi segunda patria; sino la patria que deseo, la única y verdadera para mí. Aquí he tenido los más bellos y mejores amigos que he tenido y tendré toda la vida; aquí he visto desde los cielos más misteriosos, hasta la belleza absoluta creada por las manos de hombre; aquí he visto las florecitas silvestres más deliciosas hechas por la mano de Dios. Aquí dejé o tengo un ombligo superior al otro: el espiritual. Creo que no necesito seguir hablando y que usted me comprende”. Y nosotros décadas después también lo entendemos. Su mexicanismo era de espíritu y por voluntad propia, por elección.
Solidaria sin embargo con aquellos espíritus similares al suyo, de idéntica procedencia geográfica, Eunice odio le comenta a Alfonso Chase la forma en que cuidó en México, en sus días finales, a la narradora costarricense Yolanda Oreamuno que, como ella, también puso distancia territorial entre su corazón y su patria natal, por motivos bastante similares: No soportaron el aldeanismo que las rodeaba, las acosaba y asfixiaba. Por eso comentaba al referirse a los costarricenses: “Me enfurece esa gentuza. Cuando Yolanda vivió y mientras fuimos amigas durante 10 años, aquí y en Guatemala, nos ayudamos mutuamente en lo que pudimos. Durante su última época la tuve en mi casa, la apoyé, la curé, la cuidé en su enfermedad (una lesión mitral grave, a los 42 años que tenía); la enterré”. A sí de solidaria, leal y amorosa.
A los ataques que recibía en torno a su pretendido resentimiento con Costa Rica, nuestra poeta alegaba con firmeza: “Mi pleito no es con Costa Rica, sino con todos los pueblos centroamericanos, con todas las aldeas y los aldeanos. Jamás podré volver y vivir en ciudades de menos de 5 millones de habitantes”. Así de cosmopolita y universal era ella.
Su correspondencia nos sirve además para seguir las pistas acerca de los componentes medulares de su poesía, a través de sus comentarios y búsquedas espirituales en los libros sagrados. De allí su corte de ángeles y otros seres alados, la magia de la mariposa y su transformación permanente, presentes en su fabulación lírica.
Así, escribe: “Estaba sentada, me sentía totalmente abandonada de Dios y de los hombres. Puse velas e iba a rezar mis oraciones de siempre. Pero de pronto decidí que estaba resentida con la Divinidad, con el Arcángel Miguel… y que no iba a rezar ni aprender velas ‘porque no tenía ganas’. Entonces, como tantas veces tomé la Biblia, la abrí al azar y encontré esto: Y estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos, y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desnuda en la mano. Y Josué, llegándose hacia él le dijo: ¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?
Y él le respondió: No: mas príncipe del ejército de Jehová, ahora he venido. Entonces Josué postrándose sobre su rostro en tierra le adoró y díjole: ¿Qué dice mi Señor a su siervo?
Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió a Josué: quita tus zapatos de tus pies; porque el lugar donde estás es santo. Y Josué lo hizo así. (Libro de Josué 5-13,14,15)
Pero, ¿es que solamente los inmensos poetas y los enormes pintores, tienen derecho a expresarse? Siempre he creído que no. Me parece que la poesía (y todas las artes), son una sinfonía inmensa, en la que cada cual da sus notas: unas apagadas, otras sordas, otras brillantes, otras altas, otras pianísimas. En siendo música, todas son necesarias, todas contribuyen a la inmensa sinfonía que estamos cantando… Por los siglos de los siglos. Todos los instrumentos tienen sus grados de belleza. Entre las diferentes calidades de talento, hay una cuestión de grados; y entre el talento y el genio, también hay una cuestión de grados; entre las diversas calidades de genio, también hay una cuestión de grados, pero desde que alguien tiene talento, su trabajo es respetable”.
Admiradora de la inteligencia, respetuosa del talento en cualquiera de sus categorías, el amplio epistolario de Eunice Odio nos permite asomarnos a una figura que es mucho más que un poeta, porque nos planta frente una figura de inmensa espiritualidad, basada en la búsqueda, la insatisfacción y el desafío de su espíritu agitado y asombrado, maravillado de existir.
Por eso en otra carta comenta, a propósito del poeta Carlos Martínez Rivas: “El gran poeta nicaragüense me escribió en días pasados para decirme, entre otras cosas, que las mejores cartas son las gratuitas y yo, que las he escrito por montones (acuérdate cuando te decía: esta carta no necesita contestación. Te la escribo porque quiero y para nada), le repliqué con la mano puesta en el corazón: eso mismo creo yo”.
Así es su correspondencia, cartas gratuitas, mensajes lanzados al mundo como en una botella con destinatarios quizás en mente, pero nunca esperando respuestas. Aquellas ceremonias de palabra sagrada hoy conservadas y ordenadas editorialmente, nos permiten una lectura tan paralela como protagónica del pensamiento y el corazón de Eunice Odio.
Sobre el mismo tema agrega: “A propósito de mis cartas, he de decirte que no entiendo lo que pasa con ellas y, a propósito de ellas, he de decirte que casi todos mis corresponsales las guardan por años”.
Es que eso pretendemos, no solo guardarlas sino leerlas en voz alta y comentarlas mientras las compartimos, cada vez que nos sea posible, como en esta ocasión.
De la misma forma en que alguien comentó oportunamente sobre la correspondencia intercambiada entre poetas como Robert Lowell y Elizabeth Bishop y la ensayista Elizabeth Hardwick: “en las cartas de cada uno de ellos hay algo más, un estremecimiento: el de estar escuchando de verdad a alguien”, algo idéntico nos ocurre con las cartas de Eunice Odio; sentimos verdaderamente estar escuchando a alguien. Y su voz es cada vez más fuerte.