I
De primera entrada parece que estamos frente a un libro pensado, concebido y articulado absolutamente por su autor; no admite otro criterio más que el suyo lo cual se refleja en cada texto y en todos ellos, en el ordenamiento total, en el discurso y el tono. En ese sentido, es fiel a su estilo, pues se trata de un libro que Jorge Treval ha asumido como su criatura y ante la cual se vuelca como autor-editor. Solo cede espacio para el factor gráfico donde permite una segunda mano que le ayuda con la presentación y la configuración del formato -tipografía, diagramación y armado de páginas- que visualiza de manera muy sencilla, básica.
No podría aceptar nuestro autor el criterio técnico de una editorial porque su naturaleza beligerante, reflejada en su escritura, ve en esos criterios técnicos un factor que atenta contra la integridad editorial de sus contenidos, consciente de que su trabajo puede ser rechazado o bien aprobado con enmiendas o quizás aprobado, lo cual pone en tela de duda, pues afirma que su escritura no complace los cánones de mercado predominantes.
De manera que el libro se convierte en un objeto de culto que se transmite de mano en mano o se encuentra disponible en la barra de algún bar de los bajos fondos urbanos, donde el poeta asiste con frecuencia a soñar su escritura sangrante y ácida. Y desde donde muchas veces dispara sus dardos, pues considera que los bares citadinos periféricos constituyen una especia de tribuna propia y adecuaba para sus discursos fuertes y directos. Por eso declara: “Pero no soy portador de florecillas/ ni lagrimeos ocultos…” “Mi maletín es todo un furgón/ de inquietudes y estallidos/ y fardos de páginas escritas certificando/ el descontento agitado”. Así dispara desde un principio este libro cuya voz principal no rehúye ni la escaramuza urbana ni la batalla convencional en los espacios donde se debe defender la patria con el fusil de la poesía, que se convierte en batallón y regimiento gracias a la explosividad propia del verbo que utiliza nuestro poeta, poniendo voz al grito libertario de alguien que creció y ha vivido entrando y saliendo de la trinchera, siempre combativo, hasta el último de sus días, no me queda duda.
Literariamente, se trata de un objeto práctico y funcional, donde el objeto físico en sí esta minimizado completamente poniendo toda la atención en la selección de textos hecha por el autor y que presenta en tres secciones -según su criterio- claramente determinadas por factores temáticos. Al menos en sus intenciones como autor-editor tenemos a un estratega editorial que piensa en un libro esencialmente contenidista, donde la intención y el punto de vista son medulares para apreciar el ordenamiento que se propone para la lectura. El poeta-autor-personaje se define como un francotirador, un individuo que dispara certeramente desde su ángulo de visión de una sociedad que se desgasta internamente entre un patriotismo -que no es nacionalismo- en peligro, de ahí que se interese en proteger a quienes impulsan la patria, mientras denuncia un antipatriotismo oportunista que poco se interesa en sus valores fundacionales sino en los beneficios que pueden obtener de quienes construyen la patria. Enemigos internos señala, pero con tentáculos internacionales que los vuelven más peligrosos y nocivos, motivo por el cual enciende el verbo y lo lanza desde este poemario para combatir el vicio de la corrupción y el flagelo del empobrecimiento. Se trata de una poética con intención y propósito, de un cierto pragmatismo que busca además convertirse en testimonio de un momento en el tiempo y de una patria, como la visualiza el autor, donde la naturaleza y la admiración por ella constituyen el objeto fundacional sobre el cual los verdaderos fundadores de la patria ponen su sello de creatividad y compromiso. “Yo tengo una patria/que es latido milenario de pájaros/en ciudades y montañas…”Y regreso a mi patria…/y lo hago con regocijo de ciudadano pertinaz/acariciando al chofer, al artesano, al chofer, al artesano/… Y agrega “ A pesar de todo/ muchos consideran a mi patria/ su latifundio personal/su pulpería”. Así el poeta de origen turrialbeño, aunque ya hace muchas décadas convertido en objeto urbano josefino, muestra las dos caras de la moneda: los hacedores de la patria y quienes lucran con ella en perjuicio de sus auténticos artífices, aquellos que ponen sus cuotas de dolor, sangre y sacrificio.
En su discurso de arranque el poeta nos dice que “la patria es virtud y conciencia”; esa es la virtud que practica a lo largo de estas páginas, el apego al vínculo comunitario y la comunión con la sencillez del obrero y el campesino donde deposita las raíces de la conciencia que alimenta la patria. Y es precisamente desde allí desde donde se dirige a los falsos profetas y a los discursos somnífero que quieren confundir y apaciguar la voz de la libertad y la justicia social. Por eso es directo con los poetas oficiales, que son todos aquellos que “comparecen empujados por sectas y argollas/de la hedionda oligarquía,/que desde santuarios y alcázares/ extiende certificados magnéticos/en camas celestes/ otorgándoles/ premios y néctares de la cultura”.
II
Aunque en principio este libro posee esta intención develadora y denunciante, donde su autor articula una voz vigilante, no es menos cierto que en medio de la miseria y la contradicción, en medio del contraste social, este libro también posee una belleza enunciativa donde el hombre sencillo se aproxima a la naturaleza y la disfruta con transparencia sin necesidad de tecnologías, establecimientos de lujo, ni servicio de guante blanco. La voz poética se asoma por momentos a la vida simple y diáfana del hacedor de patria y celebra la belleza pura de su aproximación al paisaje, mientras cargan con ellos el pesar de sus familias. “Y se sientan en bancas de piedra/ mirando jardines tornasolados/ Y lanzan boronitas de pan con margarina/ a pajarillos/ que vagabundean/ Y se cierran en el crucigrama/ Y sus coloquios consisten fatigosos/ sobre deudas crediticias de sus hijos/ y desmadres de nietas en Calle de la Amargura/ y sus bares”. Así de puntual y específica es la voz de este librario cargada de sórdida acidez y de hermosa esperanza depositada en la fortaleza y voluntad de vivir que muestran los hacedores de la patria, aquellos que nunca alegran a los recepcionistas de los hoteles turísticos, pues todo lo consumen barato y no dejan propina.
Y así vamos en este libro, deteniéndonos en los parques para contemplar la estatuaria y reflexionar sobre los próceres, mientras las palomas hacen cabriolas y cagan sobre sus sombreros oxidados, mientras la voz que recorre el libro recuerda episodios personales tan íntimos como significativos frente a esta estatuaria falsa que en los parques ha instalado la oligarquía para cambiar el rumbo de la historia. Y es en este punto donde además el libro se ocupa de los héroes de la historia, de aquellos sobre cuyos principios se funda la patria que este librario celebra. Por eso le dedica un poema al General José María Cañas “Azote rugiente solsticio que marcó la diferencia/ entre libertad y servidumbre/ Y ahora yo cargo con la eternidad de su proeza/ su brío/ y su reliquia”. Así se mira el poeta con su canto comprometido con la historia, con su colectividad, y con sus héroes verdaderos.
Este es un libro entre prosaico y desenfadado, una escritura que rara vez se mira en estos tiempos, pero que sin embargo es muy propia de la década de los años 70, donde el artista tenía un compromiso con la sociedad que debía reflejar en su obra, haciendo de la colectividad misma el objeto de su creación. El poema como herramienta de denuncia, de educación, de preservación de la patria denunciando sus peligros y ensalzando sus virtudes, una escritura donde el poeta igual sostiene la pluma que la cambia por el fusil, cuando las circunstancias le reclaman distintas actitudes para defender la patria. Se trata de un libro donde el humanismo reside en la solidaridad y la justicia social. Ya quedará tiempo -asumimos que es así- para ocuparnos de la muerte, la soledad, la trascendencia del espíritu, el amor, pues para voces como la de Jorge Treval primero están las calles y las luchas reivindicativas, después habrá espacio para el misterio. Hacia el final del libro la voz poética se ocupa precisamente del misterio, por eso se asoma a la religión, al ritual frenético del baile y el abandono, pero incluso allí no deja de denunciar corrupción y perfidia, intriga y manipulación. El poeta se mantiene en ese tránsito que ha recorrido a lo largo de los años, un vigilante que desde su tribuna observa, apunta y dispara sin contemplaciones, cuidando ciertamente la forma y el discurso, pero consciente de que primero está la intención de la palabra y mucho después su belleza intrínseca.
Encuentro en este libro la belleza que le imprime un autor curtido, con oficio, indiferente a la estética de turno, siempre comprometido con el golpe ácido y la redención que se desprende cuando se defiende con determinación esa utopía que los contestarios llaman patria y en cuya bandera se inmolan a través de las páginas de sus propuestas.