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Nuevas Pandemiaturas

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Escribo algo como un diario, una especie de autoficción que llamo Pandemiaturas y que he empezado a recopilar, casi que diariamente, a veces solo un párrafo, a veces varios párrafos, a veces un poco más que eso, ahí va, lo estoy disfrutando. 

Es un “género” poco desarrollado entre nosotros, pero se ha hecho popular en España en los últimos 50 años y en Europa existen desde hace muchos siglos.  Permite de todo, desde una reflexión sola, hasta otra generada por una voz ajena, un texto, una declaración de terceros, una imagen que encontramos, la campaña política, en fin, una crónica de cotidianeidades que es sobre lo que se construye la eternidad de cada uno.

Pues parece espontáneo, pero no lo es tanto. Aunque es fluido, me cuestiono menos y me dejo ir, todo ajusta y tiene sentido, es muy agradable, te comento, tanto como si me ocupara de la poesía y creo que indirectamente lo hago pero desde otra perspectiva menos versificada pero siempre desde el lenguaje, salvo las cosas que hago y quiero hacer con la fotografía, algo a lo que me quiero dedicar durante los próximos 5 años, que todavía gozaré de buena vista.

Quizás hasta veo un documento final mío que tendrá textos y fotografías y lunas y perras llamada Luna de raza Beagle, y Felipe, una especie de autobiografía colectivizada, mi propia experiencia vital convertida en objeto literario fotográfico, más o menos por ahí.

Sí, pero ya no lo llamaremos Collage, porque no es una superposición de cosas, sino una integración en distintos formatos de una energía que fluye desde un cuerpo, en un tiempo y en un espacio determinados…

Desde que inició la pandemia, la guerra libra sus batallas ahora en los hospitales, donde los héroes usan mascarilla y guantes de látex. Sus trincheras son los salones insuficientes donde se aproximan a los contagiados para limpiar la sangre seca de sus labios y revisar sus aparatos respiratorios. La vida acabó siendo una flema apestosa, mientras la fe se quedó en las iglesias. Hoy cada uno viaja por su cuenta, o a la sumo en medio de su burbuja, aunque las calles están cada vez más vacías, las enredaderas crecen sin control, la gente ya no se asoma a sus jardines, las fachadas de las casas lucen desoladas, como si en sus interiores solo habitaran fantasmas imperceptibles. Ahora los alimentos se distribuyen casi que exclusivamente en cestas colocadas sobre las espaldas de mensajeros miserables que pedalean incansablemente, contratados para alimentar a aquellos hoy asintomáticos, que mañana muy probablemente acabarán también al cuidado de los nuevos héroes, que no son tales, solamente seres que escogieron vivir cerca de la muerte, creyendo así poder llegar a conocerla y posiblemente controlarla. Al principio solo eran alimentos preparados, conforme avanzaron los días y aumentaron los contagios, los mensajeros del alimento, así vamos a llamarlos, también transportaban granos, aceites, carne, pan, verduras y hasta papel higiénico. Cuando las órdenes eran voluminosamente considerables cambiaba el medio de transporte por un pequeño vehículo de carga. A pesar de ellos los transportistas de alimentos preparados continuaron en aumento, algunos modernizados, con pequeños motores de dos tiempos adaptados a sus bicicletas para facilitarles la tarea, agilizarla un poco y permitirles viajar distancias más largas. Pero la aventura no ha tenido buenos resultados y la situación se agrava conforme pasan los días, cada día aumenta el número de contagios, el número de internados en las Unidades de Cuidados Intensivos y los muertos ya comienzan a adquirir cifras preocupantes. Tanto que casi todos ya tenemos amigos y conocidos que han comenzado a morir a consecuencia del virus y los desastres que de manera acelerada provoca en el organismo. Pareciera que la vida misma será una batalla permanente en una guerra interminable, donde el aumento de las bajas es cada vez más complicado. A veces pareciera que la clase política está determinada con sus perradas e indiferencias a aumentar las bajas, como si su acceso al poder dependiera cada vez menos de los votantes, como si los electores para alcanzar sus cargos fueran otros no revelados. Como si ya las urnas hubieran dejado de ser relevantes.

Los lavatorios para las manos se han convertido en la nueva realidad. Los diseños varían según el tipo de comercio al que nos acerquemos y para no tener que tocar las llaves que controlan el agua de las tuberías, los sistemas se activan mediante una palanca colocada de tal manera que la llave se active desde el pie, como el acelerador de un automóvil que se presiona para dejar pasar el combustible hasta los sistemas de aceleración, solo que en lugar del combustible las tuberías trasladan el agua necesaria para acompañar los químicos empleados para desinfectar las manos de posibles virus. Han surgido muchas bromas en torno al lavado tan frecuente de manos que se ha instalado en la cotidianeidad, al tal punto que por eso se evita además saludarse con el estrechón de manos. Se dice oficialmente que ese tipo de saludo es contagioso, pero todos sabemos que detrás de ello se oculta el deseo de evitar que sintamos esa húmeda viscosidad que comienza a ser parte de nuestras manos, dificultando incluso el agarre. Nunca más que ahora se ha hecho realidad la imagen de escaparse de las manos…

Toda la vida me he cruzado con gente mayor. Mis padres, mis tíos, mis vecinos, mis abuelos, mis maestros escolares e incluso mis profesores universitarios todos han sido por lo general gente mayor y cuando algunas veces me han tocado instructores más jóvenes o menos mayores que otros, siempre he sentido la diferencia de edad. Toda la vida he tenido muchos amigos que son mayores que yo, y aunque los trato con confidente camaradería siempre he reconocido en ellos la superioridad de su edad y en consecuencia sus ventajas en experiencia y generalmente madurez para enfrentar la cotidianeidad. Toda la vida he estado rodeado de gente mayor, pero no es sino hasta este momento de mi existencia, en que me he convertido en la gente mayor que en otro tiempo existía fuera de mí.

Sólido como la roca de Sísifo, en sus confines lejanos el silencio se rompe como un cántaro rebosante. Se abre como una fruta madura y deja escapar una semilla que cae luego sobre un suelo amargo. El silencio es todo y es nada, como corresponde a los extremos que viven uno en el otro. Antes del silencio, persiste el silencio y tu mundo y nuestro universo, todo se agolpa allí, esperando ser descubierto. Lanzado al vacío de la consciencia con que los días maquillan la desesperanza de existir. El silencio se esconde entre los pliegues del paisaje, donde todo está dicho y solo se escucha el ulular del viento, que es una forma del silencio para hacerse sentir. Venimos desde las aguas interiores confundidas con la música, desde su oleaje imperceptible se abren las cavernas de la duda que transforman al silencio en verbo, justo cuando el poema nace, para confirmar la maldición de los cantores.

Suspendo mis lecturas de noticias del mundo sobre el estado de los contagios y la fuerza destructiva de la nueva variante del virus conocida como Omicron. Parece ser más contagiosa que las anteriores, pero menos letal, como si el mal tuviera piedad y aunque lejos de retirarse se hiciera más fuerte. Así también se vuelve magnánimo y decide perdonar vidas. Suspendo mis lecturas y decido refrescarme la mirada motivo por el cual voy hasta Instagram la red de los jóvenes y los no tan jóvenes que se rehúsan a envejecer, para mirar algunos cuerpos semidesnudos, mujeres distintas en tamaño, color de piel y procedencia geográfica pero todas comprometidas con mostrar su mejor figura, especialmente su mejor trasero, porque en el mundo el criterio principal de la belleza tiene ahora un principio anal, y no es realmente la belleza lo que se muestra sino la banalidad sensual, la aprehensión por el deseo y la sexualidad al otro lado de la pantalla, donde aquellas mujeres además de la supuesta perfección de sus cuerpos, citan frases contundentes acerca de la felicidad y sus prioridades existenciales. Es como si el orgasmo fuera considerado el máximo momento de felicidad humana, la vida reducida a un instante, a un momento climático desde el cual se regresa nuevamente a la trivialidad agobiante del universo con mascarillas y protocolos sanitarios. No hay mujeres imperfectas en Instagram, todas tienen claro el norte de sus vidas y para confirmarlo muestran la voluminosa dureza de sus nalgas y la delirante contundencia de sus frases reflexivas. Pero oh ironía, voy hasta la red en busca de estas mujeres instagrámicamente perfectas y lo primero que me despliega la pantalla son dos hombres semidesnudos, uno más alto que el otro, jóvenes, efébicamente hermosos, vistiendo diminutos pantalones de baño, cuerpos perfectos, abdómenes cortados, sonrisas soñadoras, miradas desafiantes, quienes sujetados de sus manos dulcemente se ofrecen seductoramente sonrientes y despliegan su amor ante el mundo desde una playa del Caribe mexicano. Es cuando descubro que aquella red donde voy a buscar mujeres hermosas también me ofrece hombres hermosos compartiendo la misma estética, la felicidad más allá de los géneros, o mejor dicho inclusiva, de que tanto se habla en estos tiempos. Cuánta felicidad encuentro en esta red, cuánta perfección física y espiritual, cuánta falsedad y mentira me digo, porque conozco algunos de aquellos rostros y cuerpos de mujeres y sé perfectamente el sufrimiento desgarrador que son sus vidas en la cotidianeidad ajena de instagram…

Cuesta trabajo entender cómo ese escritor que se desnuda en silencio, en la soledad de su espacio creativo, allí donde construye mundos y cincela personas, tenga que vestirse con gran formalidad y pulcritud para sentarse frente a un auditorio a hablar de sus cosmogonías. ¿Será que considera que la desnudez de su universo solamente es verosímil a través del formalismo de su vestimenta?

El cielo amanece casi turquesa, no hay nubes, solo la bóveda inmensa sobre nosotros mientras acá abajo los desnudos árboles invernales sin ningún pudor dejan penetrar la luz que se sumerge entre los poros de la tierra embarrialada. Despertamos a tres grados bajo cero, pero la vida arde, nos calienta un buenos días, o la mirada de Scarlett mientras me enseña a sus muñecas inertes, pero vivas en su imaginación. Entre la luz y el frío, entre la vida y la inanición. Leonard Cohen dice que no existe cura para el amor mientras la mira ascender al metro y alejarse, Paco Ibañez dice maldecir la poesía que no se compromete y ustedes mis amigos ¿qué esperan para conectarse y viajar con nosotros? No habrá cura para el amor, pero les ofrecemos curitas de poesía y música para disimular la heridas.

Ingresé ayer por la tarde a la hermosa librería Buhólica, conocí a su joven librero, tan aplicado, atento y orgulloso de su obra, incluidos los vinilos tan selectos que ofrece. Por un momento pensé en Cavafis admirando a un joven y vigoroso librero alejandrino… Caminé de un lado a otro, extasiado de tanta letra esperándome en aquellos estantes… versiones de Murakami ilustrado, La Condesa Sangrienta de Alejandra Pizarnik, decenas de otros grandes autores, obras maravillosas… de pronto sentí un remezón interior que me sacó totalmente de mí, me puse en un temblor, un sudor frío me recorrió la espalda, congelado me quedé, angustiado ante tanto conocimiento, tanta palabra bella que no podré leer en esta existencia que ya he consumido considerablemente. Aún no me recupero del todo, pero insisto en leer, me reconforta pensar que una librería es como ese universo inmenso allá afuera, inabarcable para mí en su totalidad, pero con solo una pequeña porción que pueda accesar con intensidad y voluntad sincera, me será posible disfrutar a los escritores que no leeré, gracias a aquellos cuya palabra me transforma cotidianamente… En cada escritor, encuentro a los demás desconocidos, aquellos que me hablan, me insinúan lo que dicen aquellos que quizás ya no escucharé… Como el universo que sé que existe pero no puedo acceder…

Es aún temprano, ha llovido toda la noche y la humedad se siente en el aire, los jardines parecen humedales de lujo, cuidadosamente recortados, que conservamos para darle vida a la mosquitia tropical y a las enfermedades respiratorias. De tanta agua sobre sus pétalos las rosas parecen senos ancianos, caídos y arrepentidos de tanta lozanía.

El vecino cierra trabajosamente el portón de la cochera, que empuja con fuerza para lograr moverlo apenas unos centímetros. Me mira como siempre, desde aquella perspectiva que recuerda a la soledad de un hombre sabio. Se queda viendo a Luna, mi mascota y entonces me dice: “Son bellísimos, pero también representan mucha esclavitud. En Venezuela yo tuve uno durante 16 años y era tremenda la forma en que me condicionaba, cada dos sábados había que bañarlo, caminarlo todos los días, son una esclavitud. Ahora disfruto mucho saludando los perros ajenos, como a Luna”, me dice mientras finalmente logra mover el pesado portón metálico y llevarlo hasta su extremo definitivo.

Mientras me habla, contemplo su amplia cochera vacía donde en una esquina se acumulan unos viejos juguetes y más allá de la puerta entreabierta miro, entre las sombras de la mañana que se filtra temerosamente, la sala de su residencia completamente vacía, sin un solo mueble. Pareciera que aquel individuo vive ahora sin mascota, con poco equipaje, en una casa donde prefiere el eco y sus sombras como única compañía.

– He confirmado que soy un metido a poeta quien se ocupa de la mierda de su perra cada mañana, entre jardines y silencios. ¿Cuántos poetas recogen diariamente la mierda de sus seres queridos? Muy pocos creo, la gran mayoría se consideran epifanías que atraviesan accidentalmente el planeta…

– Todas las mañanas el café me queda diferente, algunas veces siento que tiene el sabor y el tono adecuado, pero luego no alcanzo a repetirlo, aunque combine similares cantidades de agua y café. Otra cosa importante es poder tomarlo con el calor apropiado, que encienda pero que no queme…

– En redes es mejor aparecer aburridamente solitario, pero sin anunciarlo demasiado. Me resultan sospechosas tanto las personas que celebran su soledad, como aquellas que alardean de compañías imperceptibles, fantasmas que les habitan, seres que no son, ni serán, solo añoranzas, idealizaciones. Por eso nos gusta El Quijote cuando admite que Dulcinea es un barril sin fondo, una mujer dentro de él que no logra expulsar completamente.

– Admiro a los editores que van de feria en feria promoviendo los libros de su producción, proponiendo autores en los que creen son los correctos para marcar la diferencia y sin embargo los lectores se ocupan del stand de al lado más que del propio.

– Me ocurrió anoche y no fue un sueño, alguien leyó un texto mío y se sintió aludid@, entonces lo comentó. La verdad mis textos no tienen nombres, ni apellidos, solamente posibles lectores. Ahora, si un lector se reconoce, eso quiere decir que algo se ha logrado, no mucho, pero sí algo esencial.

– Caminaba a Luna temprano y veo llegar un UBER a recoger una pasajera en una calle de mi vecindario. Ella abre la puerta y el conductor le pregunta: “Doña Carmen Ureña?” Ella responde: “Es correcto”. Entonces el UBER le responde: “Bienvenida, pase adelante.” Solo por eso me parece he decidido utilizar UBER cuando vivo en la finca o LIFT, su competencia, cuando visito Atlanta. Los choferes de LIFT en USA son unos personajes muy interesantes, conversar con ellos durante el trayecto es una aventura.

– Escucho Steppenwolf y pienso en Peter Fonda, en un viaje en ácido en un cementerio, en todos mis amigos muertos que viven conmigo y en algunos otros que consideran vivir a plenitud, pero están muertos.

Padres, hijos y yernos juegan una mejenga en uno de los parques del vecindario. El sol es espléndido. Una luz chillona resplandece sobre las casacas rojiamarillas de los pater familias que las lucen ampliadas con aquellos hermosos chiverres que cargan con orgullosa prepotencia de campeones.

Los yernos les caen duro, meten pierna y los suegros trastabillan. Los hijos observan la escena desde cierta distancia. Los padres los miran también con disimulo y esbozan una sonrisa de tolerancia. Entonces los hijos regresan al juego y marcan a los yernos con decidida advertencia de que los viejos no están solos…

Bajo la sombra de las densas amapolas, escondidas detrás de sus gafas oscuras, madres, hijas y novias siguen los acontecimientos y ríen, cuando los barrigones no llegan al pase o se caen de camino, traicionados por la ley de la gravedad, casi sin aliento.

Miro la escena desde la otra acera, mientras camino a Luna y concluyo que la bucolia patriarcal es una de las buenas formas de prepararnos para recibir el último día del año, desde la machista Heredia, donde habito un sitio llamado La Amada, en memoria de doña Amada, nombre de la dueña del terreno sobre el cual se construyó el residencial. Life is good.

3era dosis completada. Tengo alucinaciones, pues observo perras hermosas sonreírme y arco iris atravesar nubes… aves oscuras refulgentes de luz y por ello en consecuencia transformadas. Las calles están llenas de ruido y de personas que visten la camiseta del campeón o despliegan sus signos en sus autos, el carrito de los copos incluido… Nada más revelador sobre una comunidad determinada que ufanarse de un triunfo deportivo tan de corto alcance, pues su impacto no pasa de los límites de la estrecha ciudad donde ya no se puede andar por media calle -porque ya no quedan calles- y lógicamente de algunos programas deportivos…. Hoy Heredia parece ser un abierto refugio posapocalíptico del PAC, su paleta de colores prodomina y asfixia el ambiente. Nos refugiamos en Santa Cecilia y nos observamos, mientras la 3era dosis se desplaza invisiblemente dentro del organismo. Me la puse en la izquierda, como la primera, pues la 4ta me la pondré en el derecho, como la segunda, así sucesivamente hasta que me funda con la última alucinación…

La mañana, como todas las mañanas, me sorprendió con la alarma que puntualmente suena a las 5 y es persistente hasta que se desactive, de lo contrario se aferra a ciclos de 5 minutos para reiterarse hasta ser atendida. El viento soplaba fuerte afuera del dormitorio, la casa cimbraba, las ramas del árbol de ciprés se restregaban ruidosamente sobre el techo, a un ritmo cambiante, contrastante, aunque siempre violento, agresivo. El mundo afuera sugería una hostilidad innecesaria que podíamos neutralizar simplemente quedándonos en la cama un rato más. Y eso hicimos. Desactivamos la alarma, aspiramos el aire circundante con toda la fuerza que nos permitía la posición que teníamos en la cama y volvimos a zambullirnos en el sueño, para despertar tranquilamente una hora más tarde, cuando la luz ya se atropellaba en los extremos de las cortinas, buscando desbordarse en el interior del dormitorio e instalar el día de una vez por todas. Despertamos pensando que el tiempo no había transcurrido, habíamos olvidado la tiniebla completa en que regresamos al sueño final una hora atrás, pues la penumbra en la que despertamos nos pareció normal. Siempre queremos y agradecemos despertar acariciados suavemente por la luz, sentir que nunca nos marchamos, que la tiniebla última atravesada fue cosa del sueño, un pasado que arrastramos de una vida anterior de la que aún no hemos podido desprendernos.

Hacemos tan grandes a los muertos, como insignificantes a los vivos mientras existan; generalmente hay que morirse para recobrar el halo perdido en la cotidianeidad. La memoria que surge del distanciamiento, el silencio, la falta de réplica y de replicante, convierten a quienes vivieron en leyendas, algunos inmerecidamente y otros, muy merecidamente…

Me siento frente a la computadora y descubro que tengo en abundancia los ingredientes que se requieren para asumir la escritura, pero el pánico me desborda. Aunque lo he intentado y lo sigo haciendo, me horroriza absolutamente todo lo relacionado con la escritura. Tener por ejemplo una excelente idea y no saber cómo contarla o incluso carecer de ideas y no darme cuenta de ello, sino hasta muy entradas las páginas de un discurso que no conduce a ninguna parte y que tampoco alcanza un vuelo lúdico como para sostenerse con su propio impulso.

Escribir es algo que siempre he añorado. Me he preparado toda una vida para ello. Lecturas, carrera universitaria, seguimiento a escritores, estudio de sus vidas, sus pasajes más oscuros y también aquellos cargados de luminosidad. Me he acercado a grupos literarios, he caminado a su lado, he participado de talleres de escritura, me he suscrito a grupos en redes sociales que giran en torno a la escritura. Me detengo en frases extraídas de libros siempre maravillado de la forma redonda y completa en que aquellas frases resumen un estado de ánimo, responden a una interrogante de la vida o simplemente determinan la forma en que debe vivirse e incluso la forma en que deberíamos asumir la muerte inexorable. Respiro escritura, me asombra cuando otros más jóvenes publican libros y descubren nuevas vertientes para un género determinado, renuevan la tradición, obtienen reconocimientos y luego me suscribo a sus talleres de escritura, cuando es posible, para intentar de manera directa conectar con ellos y con esa energía que poseen la cual con lucidez transforman en textos sólidos, cargados de pasión, energía vital y continuidad existencial.

He practicado y practicado, construido discursos a base de oraciones simples, a veces mediante oraciones complejas, a veces de manera mixta, siempre creyendo en que solo la escritura permite la escritura. He jugado con la puntuación. He descrito besos y abrazos, también instantes de sexualidad, situaciones de odio y rencor, momentos de violencia y placidez. He descrito un paisaje imponente que se despliega frente a mis ojos,  igualmente un paisaje interior, uno que no vemos, pero sentimos con la totalidad de nuestras emociones, uno que brota de la oscuridad profunda desde donde emerge la imaginación. Como un monje, he respetado la doctrina, he hecho votos de silencio, abrazado la fe y la esperanza, pero también me he educado en la palabra, en el evangelio que se transmite a través de la sintaxis de la página y sin embargo, cuando finalmente me siento frente a la computadora para darle paso a aquella corriente de energía que espero convertir en lenguaje, vuelvo nuevamente a este punto donde me encuentro ahora, dominado por el pánico, aterrorizado de mí mismo, incapaz de comprender las razones por la cuales el miedo me domina y me hunde en la desesperación que viene acompañada de la impotencia. Entonces escribo y cuento la historia de mi frustración, me sincero conmigo mismo y busco mediante el reconocimiento de este pánico que me domina poder exorcizarlo, confiado en que después de este acto de purificación vendrá la tan ansiada respuesta que me indicará el camino a seguir, superando el pánico y dándole finalmente un lugar al universo que s eme niega frente a la página en blanco, donde esa ausencia de discurso refleja el estado interior de mi conciencia, cargada de pánico enceguecedor. Es patético si se quiere, decepcionante para mí, tener que aceptar que podemos estudiar literatura, leer incansablemente como recomiendan los grandes escritores y sin embargo, no ser capaces de articular a la hora buena porque el pánico a fracasar no nos permite arrancar. Hay algo que me falta o algo que regresa siempre, no creo que sea talento, pues he confirmado que el talento no existe sino la constancia. ¿Imaginación? Tampoco, pues me he descubierto urdiendo tramas inimaginables gracias a mi capacidad imaginativa. Entonces, ¿qué me falta? ¿Cómo podemos controlar el pánico? ¿Escribiendo? No lo creo, porque si algo hago es escribir, aún en medio del pánico, pero no siento que avance en alguna dirección aceptable. ¿Ocurre acaso de esta manera para todos los escritores, o solo para este fraile desahuciado, que a pesar de sus miedos lo sigue intentando? Hace poco miraba una película donde uno de los personajes le decía a gritos a otro que el arte no es el resultado de la soledad del creador, porque si algo tenemos todos los seres humanos es precisamente la soledad individual, algo que no perdemos ni cuando nos encontramos en manada y que por ello no todos los seres humanos hacemos arte, pues no depende de la soledad que se alcance. Inmediatamente este personaje agregaba que el mecanismo que contribuye a que una intención creativa se transforme en arte es precisamente la capacidad que tenemos para poder narrar y más aún ser capaces de tener una historia que podamos contar. ¿Será que yo no tengo historias, que me encuentro vacío, que igual me da recordar que vivir, porque no logro convertir todo aquello en una estructura coherente -no necesariamente lineal- capaz de atrapar a otros y sumergirlos en el drama exquisito del texto bien articulado, de la historia bien contada? Sigo buscando, sigo buscando de la mano siempre del pánico, que lejos de marcharse se acrecienta con los años.

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