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El cuarto de huéspedes

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Perteneciente al libro inédito de relatos y micro-relatos titulado "Crónicas del Reloj de Arena", que circulará durante la primera mitad del 2024.

En casa de mi nieto, en el cuarto de los huéspedes casi siempre albergan temporalmente un féretro. El de esta ocasión -aunque siempre están nuevos-, si alguien de la familia falleciera mañana no se utilizaría, porque es de los forrados en peluche, que son los de más bajo costo y los preferidos de los muy humildes. El padre de mi nieto es propietario de una funeraria y toda funeraria debe disponer de servicios fúnebres que incluyan un féretro accesible al bolsillo de cada difunto. En ocasiones, debe almacenar féretros en su casa mientras despejan las bodegas y se ocupan las salas de la velación.

Existen semanas donde los muertos están escasos, aunque en otras se agotan las existencias. De la clase media en adelante los féretros preferidos son los de madera con un forro más delicado en su interior. No es que los muertos reparen en ello, pero los que se despiden desean que el viaje sea fresco y con olor a bosque, por eso invierten un poco más en uno de madera. Además, sería muy extraño y mal visto que entre los miembros de la familia de un comerciante de funerales se emplearan los de peluche para el viaje definitivo.

A mi nieto le molestan las escalas temporales que los féretros de cualquier tipo y acabados hacen en su casa, pues le quitan espacio para jugar con la gata y sus carros a control remoto. El otro día en un descuido de su madre, metió a la gata negra Olga dentro del féretro, cerró la tapa y se olvidó de ella. La encontraron muchas horas después, asfixiada y con los ojos fuera de sus órbitas, el forro interior destrozado a causa de los desesperados arañazos, Olga había sido enterrada viva. Desde entonces, cada vez que temporalmente traen un féretro a la casa, cierran con llave la puerta de la habitación de los huéspedes, no vaya a ser que el niño sin proponérselo vuelva a jugar con la muerte.

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