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El fantasma ingenuo

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Un relato inédito de Víctor Hugo Fernández

1

A veces los sueños son tan reales en su discurrir, que no tenemos idea de que nos encontramos soñando. Me ha ocurrido muchas veces que abro los ojos en medio de la noche, inmerso en la oscuridad de mi habitación, y debo quedarme en estado de alerta unos instantes, sin movimiento, recorriéndome el cuerpo con la mente para sentir la diferencia. Es entonces cuando estar despierto me parece precisamente una pesadilla frente a la realidad a veces sorprendente de lo que acabo de soñar. Escenas completas del sueño vuelven a recorrer el ojo de mi mente, todo está tan fresco que creo percibir en la epidermis de mi piel cada instante, cada acontecimiento de lo soñado con una nitidez pasmosa. Luego, conforme me descubro consciente y despierto, los hechos ocurridos a ese nivel onírico comienzan a evaporarse, a perderse en medio de una nube oscura, como esos aviones potentes que surcan los cielos y de pronto desaparecen ante nuestra vista mientras se adentran en los bancos de nubes. Escuchamos el rugido de sus turbinas pero ya no los vemos, aunque sabemos que están allí, en alguna parte de aquella densidad gris que cuelga en el cielo. Así ocurre con mis sueños, conforme me doy cuenta que he despertado, dejo de percibir los objetos, la coherencia de situaciones, pero me queda un sonido, una vibración en alguna parte que me indica que están ahí, desplazándose en la tiniebla de la memoria.

La realidad es engañosa, en general vivo los sueños con tanta intensidad que despertar me resulta conflictivo. Me cuesta mucho creer que estar despierto sea un hecho normal, que la realidad que percibimos con la vista y sentimos con el tacto, la misma que usualmente posee su propio aroma, sea la manera definitiva en que nuestra existencia tiene su forma de manifestarse. En los sueños no tengo fronteras, igual viajo en el espacio como en el tiempo, de la misma forma en que reproduzco escenas de mi pasado como si estuvieran ocurriendo en ese mismo instante en que se manifiestan, también me ocurren situaciones inesperadas donde se involucran hechos, situaciones y personas que me eran desconocidas hasta ese momento, pero me resultan abrumadoramente verosímiles.

Llevo despierto un buen rato, no puedo determinar cuánto, pero aún recuerdo perfectamente lo que estaba soñando cuando el alba me tomó desprevenido. No he querido abrir los ojos pero siento que ya hay claridad en el ambiente. Puedo escuchar aves revolotear afuera y golpearse en los cristales de los ventanales que comunican con la calle. Generalmente son pequeños aletazos que dan cuando, sorprendidas ante aquella transparencia, descubren que no pueden continuar con su vuelo en línea recta y deben devolverse hasta la rama de algún árbol o arbusto, de los muchos que crecen en las afueras de mi casa.

Sé que hoy es sábado y que no voy a trabajar, entonces no debo levantarme tan temprano, ducharme con rapidez, prepararme el desayuno, empacar el almuerzo que generalmente dejo listo en la refrigeradora desde la noche anterior, luego conectar la alarma de la casa, cerrar la puerta principal y desplazarme hasta la cochera, donde me espera mi Nissan Sentra, un modelo reciente que logré adquirir gracias a un dinero que me dejara mi padre al fallecer hace poco más de un año. Él y yo vivíamos solos en esta casa desde que falleció mi madre. Mi padre nunca superó la muerte de mi madre y se dice que murió de apoplejía. Cuando falleció lo enterramos junto a ella –como solicitara– y yo me quedé viviendo solo en esta casa que es donde pasé mi adolescencia y ahora mi edad madura. Nos mudamos a este residencial con la casa aún sin terminar, ya que a mis padres se les había acabado el dinero para poder concluirla, lo cual fueron completando poco a poco.

Mi única hermana, Marcela, está casada con un médico especialista en cardiología. Ellos viven a unos pocos kilómetros del residencial junto a sus dos hijos pequeños y su mascota, un hermoso pomerano negro con gris al que llaman Ringo, como el Beatle, exintegrante del cuarteto de Liverpool. Mi hermana –que es mayor dos años– y yo crecimos con esa música, siempre fuimos aficionados a los Beatles. Coleccionábamos toda su discografía y cuando ella se casó nos la dividimos, unido a los afiches y otros objetos que teníamos por toda la casa.

A sus hijos les encanta el pomerano, es su mejor amigo y su mejor compañía. Mi hermana adora a Ringo el músico y como homenaje a ese cariño que sentía por el artista, bautizó a su mascota con su nombre. Ella decía que era su amor imposible. Por mi parte, yo siempre preferí a John Lennon, aunque nunca estuve de acuerdo con su matrimonio con la japonesa espantosa de la Yoko Ono. Siempre me pareció que ella era una oportunista que lo manipulaba emocionalmente para sacarle provecho a su fama y notoriedad. La noche en que lo asesinaron en Nueva York sufrí mucho y no dormí durante varios días. Aún lo recuerdo con gran cariño y cada vez que puedo escucho su música, ya sea con los Beatles, la suya como solista o con su propia banda, la que llamara Plastic Ono Band, en honor a esa bruja asiática de su esposa que lo tenía poseído.

El trayecto hacia mi trabajo en un Centro de Llamadas Internacionales, donde me desempeño como coordinador de soporte técnico, no es muy prolongado, pero si no salgo temprano, me veo atrapado en el tremendo atascamiento vehicular que me consume a veces hasta noventa minutos, avanzando tan lento como una tortuga a su mayor velocidad. Si salgo temprano, ese trayecto me toma solamente veinticinco minutos cuando mucho, lo cual me da tiempo al llegar para leer un poco, escuchar algo de música y observar silenciosamente desde el fondo de mis anteojos oscuros a las chicas que salen de los horarios nocturnos o a las que llegan temprano por la mañana para relevarlas. Disfruto imaginando a las que se marchan llegar a sus hogares, desnudarse, seguramente meterse en la ducha para refrescarse y luego acostarse a dormir. Sé que algunas llegan a sus casas, se duchan, se cambian de ropa, desayunan y se marchan a la universidad pues aún son estudiantes.

Las que llegan a relevarlas igual estimulan mi imaginación; me deleita percibir el aroma que dejan sus cuerpos frescos en el aire al pasar junto a mí. Las imagino desnudas durante las mañanas, mientras me preparo el desayuno y lo consumo solo en la cocina de mi casa, ellas recién salidas de la ducha, lubricando sus cuerpos deliciosamente desnudos con cremas, puedo percibir la suave caricia que su ropa interior le obsequia a aquellos cuerpos juveniles cuando se la ponen. Soy una persona para quien soñar no es nada inusual, entonces imaginar a aquellas mujeres que observo con prudente discreción no me resulta complicado, todo lo contrario. Y ellas jamás se enteran. Al menos eso creo.

Desde que falleció mi padre, decidí quedarme solo. Mi hermana insistió en que vendiera la casa y buscara un apartamento más pequeño, pero no encontré la necesidad de hacerlo. “Aquí planeo quedarme, no veo por qué tengo que dejar este lugar que tantos recuerdos hermosos tiene para mí”, le expliqué con firmeza y ella tampoco insistió. Recuerdo que se encogió de hombros y nunca más volvió a tocar el tema.

Muchas noches despertaba en medio de la tiniebla y escuchaba ruido en la parte inferior de la casa, donde se encuentran las áreas comunes, entonces sigilosamente bajaba para descubrir el origen de aquellos sonidos y desde las gradas podía ver la figura de mi padre sentado en un sillón de la sala, observando fijamente la imagen de mi madre que conservábamos en un portarretratos. Lo escuchaba hablarle, pero lo hacía en voz tan baja y entre sollozos, por lo que no alcanzaba a distinguir lo que comentaba. Me quedaba contemplándolo algunos minutos, tratando de entender su dolor y silenciosamente lloraba con él. Luego, con el mismo sigilo, regresaba a mi dormitorio y procuraba dormir, algo que se me dificultaba tremendamente.

He vivido una vida muy sencilla, siempre apegado a la familia, con pocos amigos y contadas novias. Soy demasiado tímido como para atreverme a socializar. Me considero del tipo observador, un espectador de la existencia, siempre guardando una distancia prudente de la acción como en mi trabajo, donde observo a las chicas pero no me les acerco. Las contemplo, las deseo, tengo fantasías con ellas. Me siento en sus puestos de trabajo y trato de sentir su cuerpo, su presencia espiritual, aspiro el aroma que dejan entre sus pertenencias, miro esas pequeñas cosas que cuelgan en sus cubículos: fotografías con amigas, un pensamiento motivador, una tarjeta de regalo de algún novio o amiga, mi imaginación se desata y viajo apresuradamente, entonces les hablo, me sonríen, nos acariciamos, iniciamos relaciones que nunca concluyen. Soy del tipo soñador.

Debido a mis funciones en la empresa, a veces me envían a revisar el equipo de trabajo de alguna de ellas que está dando problemas, entonces tiemblo al tenerlas a mi lado. Ellas se ponen de pie, me ceden su silla de trabajo y al sentarme percibo el calor que dejan sus nalgas sobre el vinil, se me mete en el cuerpo a gran velocidad, lo disfruto, mientras a mi lado comentan el problema que están experimentando. Las escucho tranquilamente, alguna incluso dulcemente me coloca su mano sobre el hombro y se me eriza la piel. Entonces levanto la mirada para observarla mientras habla y miro aquel cuerpo delicioso donde percibir el rostro de pronto se me obstaculiza debido a aquel par de senos erectos que impecablemente cuelgan sobre el espacio y tiemblan ligeramente, con el movimiento de su cuerpo.

Esas experiencias me acompañan durante muchas horas y hasta días, luego me visitan en los sueños y allí sí que la cosa es diferente, allí hay acción. Les hablo, me responden, me les acerco y ellas me reciben, me extienden sus manos, nos abrazamos, nos besamos, algunas veces tenemos sexo y cuando despierto me encuentro completamente húmedo en mis genitales, pues es un hecho que disfruto ampliamente y alcanzo físicamente el orgasmo.

Cuando al día siguiente me las encuentro en la oficina las miro con discreción, las recuerdo en la cama, mientras en el sueño nos acariciábamos y nos entregábamos el uno al otro sin reparos, entre sonrisas y gemidos. ¿Comprenden por qué me cuesta tanto creer que los sueños sean irreales, algo separado de la vida concreta? En mi vida, los sueños están hechos de una materia mucho más concreta que la existencia en la vigilia.

2

Hoy es sábado y no tengo que ir a trabajar. Llevo rato despierto y por alguna razón no he podido abrir los ojos, a pesar de ello siento la luz colarse a través de mis párpados cerrados. Recorro mi cuerpo con la mente y ubico perfectamente cada una de mis extremidades, pero tampoco puedo moverme. Trato de determinar si en efecto estoy despierto o sigo durmiendo y en el sueño presumo que estoy despierto. No logro determinar con claridad cuál es la verdadera situación en la que me encuentro.

Afuera sigo escuchando a las aves golpearse en los cristales y devolverse, al no poder atravesar en línea recta hacia aquella claridad que perciben más allá de la barrera imperceptible que no logran identificar. En la vida muchas veces nos ocurre como a aquellas aves, vemos la luz en la distancia, pero no la alcanzamos. Hay una sólida transparencia que se atraviesa en el camino y nos impide llegar hasta nuestras metas. Entonces nos devolvemos y seguimos nuestro vuelo, para volver a chocar contra otras barreras imperceptibles que nos detienen, que nos impiden continuar, muy a pesar de nuestra voluntad.

El teléfono ha sonado varias veces, pero no alcanzo a contestarlo. No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde que estoy despierto. Me parece que me he quedado dormido y no puedo determinar en qué nivel de mi estado ha sonado el teléfono, no puedo establecer si ha sido parte de un sueño o, en efecto, si su timbre se ha manifestado mientras escucho allí afuera la mañana despertar entre la modorra de un lento tiempo sabatino.

Tengo muchas ganas de ir al baño pero no logro levantarme, aguanto entonces. Como me levanto temprano todos los días para ir al trabajo, ir al baño es parte de la educación de mi cuerpo a primera hora. Mi reloj biológico es muy preciso y ese no distingue entre un fin de semana y un día laboral regular, su horario es muy estricto y debe respetarse. Generalmente lo que hago los fines de semana es levantarme, ir al baño, limpiar mi cuerpo de lo que ya no necesita y regreso a la cama un rato más, a seguir en mi reposo tranquilo mientras decido qué voy a hacer el resto del día. Generalmente no es nada muy distinto a lo que hago siempre. Voy a la feria del agricultor con mi hermana y sus dos pequeños. Su marido sale temprano a realizar alguna cirugía en alguna clínica privada o bien a revisar algún paciente que se encuentra internado y en recuperación luego de una cirugía, o la instalación de algún catéter. Es un hombre muy ocupado, muy diestro como cirujano y por supuesto eso le ha generado mucho prestigio y trabajo. Económicamente ellos se encuentran muy bien, al punto que mi hermana después de su segundo parto no regresó más a su antiguo empleo, donde se desempeñaba como asesora de inversiones. Marcela estudió economía y finanzas y se conoció con el que hoy es su marido durante su época universitaria.

Siempre nos hemos llevado muy bien, desde que murió mi madre ella se hizo cargo de mi padre y yo, a su manera, cuidándonos a la distancia, vigilante siempre de que nada nos faltara. De hecho, la empleada doméstica que vive con ellos es enviada una vez a la semana a nuestra casa para que efectúe la limpieza, lave y planche nuestra ropa, a veces mientras está en sus funciones de limpieza, deja preparando algún guiso que luego nos serviría de alimento base durante uno o dos días. Al fallecer mi padre esas rutinas no cambiaron, su empleada doméstica visita mi casa todos los jueves desde muy temprano. A veces por las mañanas cuando estoy saliendo, a la espera de que el motor complete el cerrado de la cochera, ella aparece por una esquina, saluda discretamente y se mete en la casa. Siempre carga un juego de llaves que mi hermana le entrega para que ingrese y salga sin problema. También conoce la combinación para activar y desactivar la alarma. Es una persona de confianza.

Los sábados mi rutina laboral cambia completamente y son otros los que se encargan de dar soporte técnico al equipo del mi centro de trabajo. Yo duermo un poco más y generalmente me pongo de pie cuando mi hermana llama para preguntarme si ya estoy listo para pasar por ella y los niños. Ella sabe que nunca lo estoy. Una hora o más después de su llamada me aparezco por su casa, entonces se abre la puerta y el primero en salir a saludar es Ringo, luego los niños, mis sobrinos preciosos con quienes tengo una relación de hermano mayor. Son muy conversadores. Me hacen salir del carro y de la mano me llevan hasta sus habitaciones donde me muestran sus juguetes y los dibujos que hicieron en la escuela durante la semana, pues solamente los sábados nos reunimos.

Mi hermana generalmente ya tiene una lista preparada de todo lo que hay que comprar, incluidas las frutas y legumbres que debo llevar a mi casa, aunque nunca deja de preguntarme con dulce cortesía si hay algo en especial que necesite. Difícilmente se me ocurre algo diferente a lo que ella tiene planeado, salvo últimamente flores, unos bellísimos bastones del emperador que compramos y pongo en la mesa dentro de la sala, en un florero que ella me obsequió cuando le comenté que quería tener flores.

La idea se me ocurrió luego de una visita que hice al cubículo de una hermosa joven que trabaja conmigo. Mientras limpiaba el caché de su computadora y la reiniciaba, la escuché conversar telefónicamente con su mejor amiga acerca de lo mucho que le encantaban esas flores y cómo alegraban su dormitorio. Mi mente viajó a enorme velocidad, como si el ancho de banda de mi cerebro tuviera la amplitud de la conexión a internet con la que trabajamos en mi oficina. Fueron instantes para imaginarla desnuda en su habitación, leyendo o entretenida en sus redes sociales, quizás en ropa interior, despreocupada, conversando con el mundo desde la intimidad absoluta de su universo personal, silenciosamente observada por aquellas flores. Yo quise tener sus flores e imaginar lo que ellas miraban en su discreta presencia.

El teléfono ha sonado varias veces, pero no he tenido fuerza suficiente para ponerme de pie e ir a responderlo. Es extraño, porque generalmente lo hago sin dudar un instante, ya sé que es mi hermana. Nadie más me llama al número de mi casa, siempre lo he mantenido muy privado y generalmente no hablo por ese sistema con otra persona más que con ella. Pero hoy no he podido levantarme.

Repaso mi cuerpo. Siento mis partes. Por ejemplo las yemas de los dedos, mis extremidades. Tengo los ojos abiertos ahora, al menos eso creo, pero la mirada está fija en el abanico que cuelga sobre mi cama. Escucho ruido afuera, voces y gente que camina por el vecindario. Es sábado y mucha gente sale a caminar sus mascotas o a hacer ejercicio. Hace rato que ya no suena el teléfono, pero estuvo sonando en repetidas ocasiones. Hay un extraño resplandor más allá del perímetro de mi cama, como si hubiera dejado la puerta de mi dormitorio abierta y por allí se colara la luz diurna, sin embargo no alcanzo a levantar la cabeza lo suficiente como para poder mirar con exactitud lo que está ocurriendo.

Comienzo a preocuparme, esto no es normal. ¿Será que estoy soñando y no me he dado cuenta? Es muy posible. Tantas veces me ha ocurrido que creo estar viviendo en una realidad para de pronto abrir los ojos y darme cuenta que estaba profundamente sumido en un sueño cuyos acontecimientos y escenario me tenían totalmente dominado. Mis niveles oníricos me poseen con tanta fuerza, que con frecuencia me resulta difícil distinguir entre el sueño y la vigilia.

Nunca lo he comentado con nadie, mi hermana Marcela que es muy observadora, con alguna regularidad me comenta que me percibe muy ausente, que debería socializar más, distraerme con amistades. “Buscate una novia, muchacho, no es conveniente que pasés tanto tiempo solo, vas a acabar hablando únicamente con tu sombra de tanto aislamiento, y eso no es bueno”, me dice con ese tono maternal, firme pero dulce a la vez con que trata de aconsejarme. Yo me sonrío, no le respondo nada o bien le digo como siempre: “estoy bien, no necesito nada por ahora, no quiero meterme en ninguna relación sentimental”; la verdad es que no me atrevo, ¿Cuánto no me gustaría poder iniciar una relación con alguna de esas bellas mujeres a las que asisto en la oficina cuando tienen problemas técnicos? Las veo tan dulces y sensuales, tan atractivas, tan vitales en su explosiva juventud, como los botones de esos bastones del emperador que traigo a casa los fines de semana al regresar de la feria del agricultor y observo reventar en el transcurso de la semana, para convertirse finalmente en extensiones floreadas de una belleza soberbia. Si mis niveles de socialización fueran al menos una cuarta parte de lo fértil que es mi capacidad para soñar, cuánto no lograría. Pero no es así, lamentablemente.

El departamento de Recursos Humanos de mi empresa organiza todos los meses varias reuniones de tipo extra laboral con el propósito, dicen ellos, de facilitar la interacción y un mejor conocimiento entre los empleados. Hay música y comida, un ambiente informal, bastante agradable. Luego, inexorablemente, se arman grupos más pequeños que abandonan las reuniones para irse a los bares cercanos, a tomarse algunos tragos y soltarse de verdad. No faltan los comentarios de los colegas de mi departamento sobre esta o aquella chica que, ya con algunas copas, se desinhibió completamente y se marchó con alguno de los colegas. En algunos casos he visto fotografías muy calientes que se han hecho en la intimidad. Yo he asistido en algunas ocasiones para evitar rumores ni censuras de parte de la gente de Recursos Humanos, pero nunca los he seguido a los bares. Siempre tengo un pretexto para evitar acompañarlos.

No todos tienen vehículo, entonces acabo comportándome como un aguafiestas porque llego solo y me marcho solo, nunca ni les doy siquiera un aventón hasta el bar, para evitar el compromiso de rechazar sus insistentes invitaciones a acompañarlos. Con el tiempo ya se han dado cuenta de mi negativa, de manera que ya ni lo intentan. Sé que rumoran sobre mí y me tienen sobrenombres como el amargado, pero no es así, y además me tiene sin cuidado. Algunos piensan que mis inclinaciones sexuales son cuestionables, que soy gay y no me atrevo a declararlo.

He tenido pocas novias en toda mi vida. Durante mi época de estudiante de secundaria fue cuando fui más exitoso en ese departamento y resultó ser siempre más a causa de la iniciativa de ellas que la mía. No digo que no me gustara, pero no fue el resultado de mi accionar como conquistador de chicas. Siempre he sido un individuo inteligente. Las matemáticas y la lógica fueron mi fuerte durante mi época de estudiante. Algo que me ganó mucha popularidad entre mis compañeros a quienes les ayudaba a resolver tareas y les completaba los trabajos de investigación o laboratorio.

Propio del mundo estudiantil mis compañeros estudiaban nada más lo necesario y a veces menos que eso. Sus intereses eran el deporte, las chicas, los paseos y la aventura. En el estudio se imponía el mínimo esfuerzo. A mí me interesó el estudio y la investigación, gozaba de una posición privilegiada con mis profesores y lógicamente eso me hacía popular entre mis compañeros, quienes me buscaban para que les ayudara a solucionar problemas con sus estudios.

Con las chicas no era diferente. Me convertí en el líder de los centros de estudio, ellas me buscaban para que les ayudara con sus tareas y antes de los exámenes se me acercaban para que las ayudara a prepararse. No obstante, nunca era suficiente y entonces durante el calendario de exámenes ya me tenían un lugar asignado dentro de las aulas, para que desde allí les soplara las respuestas. Yo les cooperaba, y eso me daba privilegios.

Recuerdo que una vez, estudiando con una de las chicas más populares del colegio, famosa por su desenfreno y su proclividad hacia la fiesta, tuve mi primera experiencia sexual. Ella era una mujer muy experimentada, de un cuerpo delicioso. Estaba en boca de todos, era una leyenda viviente.

Una tarde de lluvia del mes de octubre, nos acercábamos hacia los exámenes finales del período y ella se encontraba en muy mala situación, necesitaba muy buenas notas para su promoción. Fue cuando, mientras en un recreo nos encontrábamos solos en una de las aulas, me dijo que si la ayudaba me daría un premio inolvidable. Mientras lo comentaba, tomaba mi mano y la conducía alegremente debajo de su falda para detenerla justo en su montículo vaginal, que sentí tremendamente caliente y húmedo. Fue tal mi estremecimiento que ni palabras me salieron, mis ojos y mi expresión probablemente fueron tan evidentes que ella soltó una carcajada ruidosa. Ahí supo que podía contar conmigo y yo esperaba aquel premio.

A como pude me reorganicé, le dije que podía contar conmigo pero primero debía entregarme aquel premio, era un pago por adelantado. Para ella eso no era problema, de manera que aquella tarde le entregué mi virginidad. Nos introdujimos en uno de los baños, era una práctica muy utilizada por las parejas en el colegio. Recuerdo que fui tan torpe, en parte debido a mis nervios y por supuesto debido a falta de experiencia. Pero ella me tuvo paciencia y me condujo con cuidado. Varias veces más lo repetimos, en condiciones ya más cómodas en su casa, incluso nos llegamos a pasear por el colegio ambos tomados de la mano. Recuerdo que eso me generó gran prestigio entre otras chicas y mi carrera como amante a cambio de servicios académicos comenzó a prosperar. A ella la ayudé ampliamente y alcanzó su promoción, luego nos distanciamos, y yo comencé a disfrutar de los beneficios de mis servicios.

La universidad sin embargo fue muy diferente, allí los valores son otros, pero algo obtuve en ese departamento que me dejó complacido. Sin embargo, conforme fui madurando y acercándome al final de mi carrera me fui encerrando cada vez más en mí mismo. Fue entonces cuando empecé a cultivar la cultura de los sueños, donde soñar despierto y fantasear se convirtieron en mi recurso de escape, en mi forma de satisfacerme, algo que he mantenido hasta la fecha.

3

El teléfono estuvo sonando de nuevo hace mucho rato, no recuerdo hace cuánto; por más que lo intenté no pude llegar hasta el aparato para descolgarlo y responder. Simplemente no fui capaz de moverme. Tampoco recuerdo cuánto tiempo ha pasado desde que me desperté y no he podido moverme. Ya no escucho a las aves afuera de mi casa, ni percibo movimiento en la calle, es como si el tiempo se hubiera detenido. Hay un silencio sepulcral. No recuerdo haberme levantado para ir al baño, tampoco siento ya la necesidad de visitarlo. Todo esto es muy extraño, estoy en una etapa del sueño que nunca antes había experimentado, porque tengo que estar dormido, soñando que estoy despierto. Me siento consciente pero incapaz de movilizarme. Hoy no fui a la feria del agricultor con mi hermana, ella debe estar pensando que algo me debe haber ocurrido pues nunca le he fallado a acompañarla, es una rutina sabatina que tengo incorporada a mi agenda de vida. Más tarde me comunicaré con ella para disculparme.

Cuando uno vive solo se acostumbra a no esperar nada de nadie. Incluso Marcela, mi hermana, es muy discreta con mi privacidad, ella nunca viene a mi casa si antes no se anuncia. Ya sea que me llama o envía un mensaje de texto y, cuando es lo segundo, es habitual que espere hasta que yo le confirme que estoy disponible, para así entonces desplazarse hasta mi casa. Generalmente viene y permanece lo justo, ya sea que llega a dejar algo de alimentos pues a veces prepara de más para participarme, como es el caso de la olla con verduras y carne que tanto me gusta y no soy capaz de preparar por mi cuenta, o bien sus deliciosas lentejas con pollo, algo que prepara tan bien o mejor que como lo hacía mi madre que era una maestra culinaria. Otras veces viene a traer pan o jamón. Siempre está atenta de que no me falte lo necesario para alimentarme. En otras ocasiones, solamente viene a darse una vuelta. Entra, se pasea por la casa, acomoda algo aquí o allá, cambia el agua del florero de la sala, se asoma al patio para ver si ya es necesario enviar a su jardinero el siguiente jueves para que se encargue de cortar el césped. Aparte de ella y su servidora doméstica, nadie más viene a mi casa. Es una decisión personal, no quiero que nadie ajeno a mi familia venga a visitarme. Cuando quiero compañía generalmente la busco afuera, ya sea luego de concluidas mis labores en la oficina, entonces salgo con algún compañero, o me voy al cine y me siento solo en una butaca, junto a las demás personas, a mirar una película, sin irrumpir en sus vidas, simplemente a su lado, escuchándolos y mirándolos. No necesito más que eso, el resto lo resuelvo con mis sueños y mi fantasía.

Me parece haber escuchado nuevamente el teléfono, ya no lo tengo claro siquiera. Estoy tratando de despertarme, no me gusta este sueño tan inusual. Me siento sumido en un limbo, en una nada de la que no puedo escapar, es como si estuviera atrapado en un sueño desconocido que no logro controlar y tampoco me provoca satisfacción.

Afuera escucho el motor de un carro que se estaciona frente a mi casa. El motor se detiene y ahora escucho puertas que se abren. Alguien me llama por mi nombre, me parece reconocer la voz de Marcela pero no puedo levantarme a abrirle. Qué cabrón sueño este tan profundo en el que me encuentro.

“Su carro está en la cochera, pero él no responde, voy a entrar, esto es muy extraño”, le dice Marcela a su marido.

“Espera un momento, mejor entro yo primero. El oficial de seguridad me dijo que él ingresó el viernes por la noche y no ha salido desde entonces”, le dice el marido a Marcela mientras se baja rápidamente del automóvil ya visiblemente preocupado. “Pues es muy extraño”, le responde ella, “ayer sábado no vino en todo el día a la casa y lo he llamado muchas veces, pero no responde el teléfono. ¿Cómo es posible que no lo hayan visto salir, ¿será que se fue con algún amigo y no me dijo nada, dejando su carro en la cochera?”

Los oigo hablar afuera. Ahora escucho la puerta principal abrirse y sus voces me llegan con mayor claridad. “Esteban, ¿dónde estás? Esteban. La alarma no está conectada, él nunca la conecta cuando está en la casa, pero no me responde. ¿Estará dormido?”

“Marcela, esperate aquí, voy a subir hasta su habitación a ver si está allí”, comenta el marido. Mientras termina de hablar, comienza a subir con rapidez las escaleras hacia la segunda planta, devorando los peldaños de dos en dos. “¡Esteban, estoy subiendo hacia tu dormitorio, Esteban!”

Ya vienen, los escucho acercarse, necesito que me despierten de este sueño de mierda en el que me encuentro, sin poder hacerlo por mi propia cuenta.

El marido de Marcela finalmente alcanza la puerta de la habitación ya casi sin aliento, su semblante empalidece al mirar la escena, se percibe un olor fétido en el ambiente. Esteban se encuentra rígido, sus ojos abiertos miran fijamente el ventilador apagado que cuelga en el techo, sobre la cama, su cuerpo descobijado se encuentra en medio de su propio orín y excremento. Inmediatamente ejecuta una acción refleja, propia de su profesión y le toma la muñeca para descubrir que Esteban se encuentra sin pulso.

“¡Marcela, no subás, algo espantoso ha ocurrido! ¡Llamá inmediatamente a la policía, ¡Esteban está muerto!”

“Estás loco, yo no estoy muerto, solamente me encuentro dormido. Por favor, despiértenme porque yo no puedo hacerlo por mi propia cuenta. ¡Por favor, despiértenme!”

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