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Mutilado

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La memoria y la nostalgia pueden convertirse en los únicos mecanismos para recuperar los remanentes del amor efímero

No le quedaba otra alternativa que acostumbrarse a vivir sin su presencia, levantarse cada mañana pensándola, como en una película muda, solo imaginándola en sus movimientos, marcando sus gestos y poses más características, sin poder escuchar su voz, sin la calidez de su aliento rozándole los labios, mirando su mirada, pero sin sentir el poder de sus ojos introducirse en su mente y derrotarlo, como generalmente ocurría cuando solamente lo miraba. Eso era suficiente, ella tenía ese poder de controlarlo, de someterlo solamente con el gesto y la expresión, dueña de un brillo hechizante que emitían sus ojos oscuros suspendidos en aquellas cuencas ovaladas.

Esperaba sus llamadas telefónicas justo a la hora exacta en que solía hacerlo todas las mañanas cuando de camino a su trabajo intercambiaban palabras, triviales la mayor parte de las veces, como las frutas o los vegetales que contenía el batido de turno que llevaba consigo y que constituía su desayuno mientras conducía, o bien hacía una pausa en la conversación para dejar el audio abierto y escuchar la canción que sonaba en su vehículo, compartir un par de estrofas y celebrarlas, explotar en una carcajada primero y luego enviar una caricia verbal oportuna, un dulce susurro, como un beso en palabras que le duraba todo el día repicando en su cabeza, esas cosas sin importancia que son verdaderamente las que importan cuando hay un código secreto que solamente dos iniciados como ellos eran capaces de transmitir y comprender. En ocasiones iban más allá y comentaban una lectura, un autor que compartieron, o se ponían de acuerdo para encontrarse al final del día y refugiarse el uno en el otro, entre abrazos y confesiones, a veces solamente en silencio, calmando con besos profundos la sed que les provocaba su pasión, escuchándose por dentro, una música que habían aprendido a tocar entre caricias, como si su piel fuera un instrumento que solo él era capaz de extraerle un sonido que solo ellos podían escuchar. Todo eso era ahora cosa del pasado y sin embargo seguía allí, envolviéndolo a cada instante, martirizándolo al saber que el sonido del teléfono ya no traería más una llamada suya.

Como el sobreviviente de un terrible accidente o de una enfermedad lacerante sentía que había perdido algo esencial, un miembro irremplazable de su cuerpo, quizás, y durante mucho tiempo tuvo que comenzar a acostumbrarse a vivir sin aquello. Requirió aplicarse a las terapias necesarias para rehacer su mundo, irremediablemente incompleto al parecer por el resto de sus días. Sabía ahora sin embargo, conforme pasaban los veranos y las lluvias torrenciales de la temporada verde ya no eran más el pretexto para compartir tardes húmedas refugiados el uno en el otro en su apartamento, que era posible seguir viviendo mutilado en su interior, incompleto, aunque espoleado por el ojo de la memoria que le recordaba a cada paso cuán completa era su vida cuando ella estuvo a su lado y reían, comían juntos o simplemente se refugiaban en la cama para recomenzar su diálogo de caricias y pasión, un discurso en el que fueron ampliamente elocuentes el tiempo que estuvieron juntos.

Ahora le quedaba claro. El amor verdadero está construido a base de trivialidades que solo cobran sentido e importancia para quienes las viven. La plenitud del pasado se convertía en una aguda espina cada vez que la memoria la traía al primer plano y la proyectaba como una imagen metafísica que sin embargo era tan real como el dolor que sentía ante su ausencia. El dolor es ciertamente una forma de alimentar la nostalgia.

Vivir mutilado representa una forma de aceptar coexistir con el dolor, con la misma intensidad con que la nostalgia martirizaba los recuerdos. Descubría que nunca en su vida había sentido tanto dolor como ahora, que los recuerdos sobre lo que llegó a tener con ella y ahora resultaba irrecuperable se desplegaban sobre él como una enorme sombra maledicente que lo envolvía por completo noche y día, incluso en sus sueños, donde ya no la veía a su lado, sino haciendo vida en otros mundos, con otras gentes, donde no había sido invitado. Si en la vigilia era un ser mutilado e incompleto que la veía, pero ya no la alcanzaba, en los sueños se había convertido en un perfecto extraño para ella. No lograba entender cómo había perdido su enlace con aquel eslabón que se rehusaba morir en su memoria y lo ignoraba en sus sueños.

Por eso escogía no soñar y aceptaba llevar una vida incompleta y mutilada, en la vigilia, con tal de no perder al menos los instantes de su pasado donde llegó a sentirse pleno. Un individuo mutilado como él, se rehusaba a su presente y le daba la espalda al futuro pues mientras no hubiera olvido, para darle algún sentido a su vida, no le quedaba otra alternativa que quedarse aferrado a su patético pasado, donde alguna vez creyó haber sido feliz.

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