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Sobre el Ojo del Mundo

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Y como hoy, tanto a las revistas digitales como a los cultos en redes les interesa el centenario del nacimiento de Chavela Vargas, yo propongo ocuparnos de "El ojo del Mundo", la novela más reciente de Guillermo Fernández ...

Leer un libro de ficción es siempre una lotería, incluso en aquellos casos en que viene precedido de buena crítica y un mercadeo que persuade a la imaginación. Aún en esos casos sigue siempre siendo una lotería y no todo lo que brilla es oro. Cuando un libro me toma como una amante intempestiva que obliga a acciones de lectura como sexo sin control, a todo hora y lugar posible. Cuando me descubro al desayuno leyendo, dedicándole tiempo cada vez mayor a la lectura, en las esperas del banco o las del dentista, incluso algunas visitas al baño que asumimos más prolongadas, es cuando me doy cuenta que he sido atrapado por ese libro. Es el caso reciente con “El ojo del mundo”, novela reciente del poeta y narrador Guillermo Fernández. 

Los personajes comienzan a hablarte internamente, asumes sus pensamientos e incluso concluyes diferente algunos de sus razonamientos. Se integran a tu vida y pasan a ser objeto de tus pensamientos. Cuando cierras el libro los seguís pensando y ansías regresar a la lectura para ver qué camino tomaron ante sus encrucijadas, cuando incluso en lo interno de vos mismo ya has decidido por esos personajes desconocidos, que irrumpen en tu vida y se posicionan, se adueñan de tu tiempo y energía sin mayores esfuerzos que la plática íntima y la persuasión. No existe interés en concluir su lectura, sino simplemente disfrutar del viaje y hacer nuevas amistades, asomarnos a otros mundos que acaban mostrándose necesarios de conocer.

“El ojo del mundo” de Guillermo Fernández es una obra de ficción que ha tenido ese efecto en mí. Se convirtió durante las últimas dos semanas en un cosmos de compañía que casi como una sombra se adhirió a mi sistema. Incluso el libro en cualquier parte, cerrado, me indicaba que era algo pendiente, que había allí asuntos sin resolver que debía atender y moverme con ellos. 

El libro posee una trama agradable, que mezcla el suspenso con la reflexión filosófica, para proponer un escenario múltiple, donde los mismos personajes son capaces de construir la vida en diferentes capas, moviéndose por la geografía del planeta con la normalidad de una persona del siglo XXI, que se mueve entre espacios más amplios, generando un tejido existencial de tipo global, donde ya nada es distancia y toda distancia es imaginación. La vida igualmente ocurre en el corazón de una gran ciudad, o en la periferia riesgosa de un frente de guerra. Tiene la misma volatilidad que un diálogo en un avión atravesando el Atlántico, todo muere en una fétida habitación de hotel, aunque se haya nacido rodeado de tulipanes. Es un libro sobre un mundo posible, personajes que viven en función de falsos preceptos, premios y reconocimientos que no son tales, la miseria y la duda más allá de la certeza que nos ofrece la obsesión y la sospecha.

Guillermo en este libro no solamente se nos revela como un estilista, al construir un universo narrativo preciso, justo, bien estructurado, cuidadosamente adornado por el buen gusto y la parquedad, sino que además propone escenarios que, aunque novedosos, no descuidan los viejos temas que han preocupado al hombre: el éxito, la verdad, el gesto humanitario, la necesidad de encontrar siempre a un culpable, la indispensable obsesión de la condena, el sentido de la superioridad, la importancia de los redentores frente a su posible irrelevancia.

¿Qué es conocer? ¿Quién tiene la verdad? ¿Quién muestra la verdad debe necesariamente poder explicarla? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso cuando se trata de buscar y exponer la verdad? ¿Es acaso la verdad un hecho ajeno al individuo o vive en cada uno separadamente, al punto que la verdad deja de ser irrelevante para entender y aceptar la existencia?

La novela de Guillermo Fernández en su fluidez narrativa siembra dudas e interrogantes a través del universo que construye, dónde la trama en sí misma deja de ser importante y son los personajes con sus sospechas, sus ansiedades, su parte del mundo ajeno a ellos que desconocen los que los convierte en relevantes. En este sentido, “El ojo del mundo” es una excelente novela de personajes, que muestra la flexibilidad que poseen estos personajes para moverse en diferentes escenarios y cómo el escenario de la guerra y la destrucción de una sociedad transicional, se convierte en la mejor metáfora para describir lo que ocurre en el ojo del mundo: la calma infinita que existe en el corazón mismo de una guerra, la transformación que se da, frente a lo que creemos ver, contrastado con lo que realmente se muestra y no podemos atrapar en su confusa totalidad.

Novela compleja, bien articulada, exquisitamente relatada, el autor se levanta como Lázaro –un hombre que viene del sueño involuntario- y anda por el mundo, se detiene en los meandros de la humanidad, se asoma a la libertad política y a la esclavitud del ideal mal concebido. Y lo hace apoyado en un personaje que tiene un nombre sencillo, que no necesita apellido para sacudir lo que ocurre a su alrededor, como insinuando que el abolengo es cosa aparte. Henry es simplemente Henry, en un universo donde prevalecen los encabezados y nombres distinguidos, de premios y caudillos, Henry es simplemente una voz que busca una verdad que no ha nacido. Y es que su hazaña reside precisamente en buscar lo que no ha nacido porque la indiferencia duele y ni siquiera la muerte es capaz de mitigarla.

Las cosas no son lo que aparentan y menos significan lo que se espera de ellas. La vida es un universo cambiante donde a veces nos mueve el motivo equivocado y creemos proteger lo que lastimamos. En el fondo no importa, la vida es así, lo que realmente cuenta es nuestra capacidad de sentir, eso es algo a lo que no podemos renunciar, porque solamente quien posee la capacidad de sentir es capaz de asomarse a el ojo del mundo.

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